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Columna
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Periódicos gratuitos

En tan solo dos meses han irrumpido simultáneamente en la ciudad de Valencia tres diarios de distribución gratuita que, con el que ya circulaba, suman cuatro. Para quien no esté al loro del intríngulis editorial periodístico quizá le oriente saber que se trata de un fenómeno tan espectacular como la eclosión de tiendas de ropa chinas en el barrio de Russafa, o de pizzerías a lo largo y ancho del País Valenciano. O sea, un hecho insólito que nos sume en la perplejidad si inquirimos sus causas y, sobre todo, su viabilidad económica, siendo así que en lo tocante al sector de la prensa impresa -y también la audiovisual- no se está en los momentos más boyantes, como se desprende de los planes de austeridad que se aplican y, muy a menudo, el uso y abuso de la precariedad laboral.

Pero, sin duda, algún panal de rica miel habrán descubierto sus emprendedores cuando se han lanzado a tan temeraria carrera. La miel, obviamente, no es otra que la publicidad que consigan desviar hacia sus páginas, única fuente regular de financiación. El tiempo transcurrido, por escaso, no nos autoriza a diagnosticar la salud de sus cuentas de explotación, si bien han de resultar desalentadores los precedentes que se conocen por estos pagos. Una perspectiva que se agravaría de confirmarse la aparición de un quinto diario con vitola, experiencia y capital internacional. Tampoco nos chocaría demasiado, pues Valencia es una plaza idónea para testar la respuesta del mercado ante nuevos productos, incluso en trances de oferta desmedida, como es el caso.

Al margen de lo que resultare en un futuro que no ha de tardar, pues el riesgo es enorme y desigual a la capacidad de resistencia, lo bien cierto es que la fisonomía periodística de la ciudad ha cambiado, al menos en punto a su imagen. Da gozo observar cada mañana a tanta gente enfrascada en la lectura mientras camina, espera o viaja. Es un cambio sorprendente en un vecindario calificado por su despego hacia la letra impresa y bajísimo consumo de prensa convencional, la que se paga en el kiosco. En este sentido, acaso anden atinados quienes ven en esta modalidad una escuela de nuevos lectores. Por el momento, lo que sí se constata es la cantidad de hojas de periódico que siembran o revolotean en la calle para mortificación del servicio público de limpieza.

Por lo que me concierne, cívica y profesionalmente, me daría con un canto en los dientes si estos diarios sirvieran de aprendizaje para frecuentar los otros, suscitando la curiosidad e interés de sus lectores acerca de los asuntos más enjundiosos de la actualidad. Tengo para mí, y quisiera errar, que no quitarán, ni añadirán, un solo cliente al kiosco de la esquina, y dudo mucho que la cartera publicitaria pueda nutrir esta concurrencia desmesurada de cabeceras periodísticas. Eso sí, morderán algo en ese pastel de anunciantes, tan precario, lo que acentuará las penalidades de determinados medios, sin garantizar la salud de los novedosos beneficiarios. Pero tal es el mercado y sus leyes. Confiemos en que no se cumpla la perversidad de que el papel gratuito y de colorines hiera o desplace a los periódicos que nos sirve nuestro amigo el quiosquero. Los periódicos que son tales, y no un amago de prensa ni un fenómeno extraño.

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