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Columna
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El mensaje

Elvira Lindo

Tenía un amigo que quería ser escritor con una cabezonería de las que he visto pocas. No es que sintiera un impulso arrebatado; la vocación de mi amigo era de una racionalidad aplastante. Mi amigo no sentía una necesidad íntima de crear un mundo; para mi amigo, el mundo ya estaba creado, y buscaba los temas para sus relatos como quien busca los ingredientes para hacer un cocido. Mi amigo pensaba en asuntos candentes: el paro, el terrorismo, la donación de órganos, y luego ponía en boca de un personaje el mensaje que deseaba transmitir. Mi amigo había inventado la rueda, o sea, el best-seller ideológico. A mi amigo le hubiera ido estupendamente siendo escritor bajo la dictadura de Stalin, por ejemplo. Pero, para mensajes, las mensajerías. Lo decía Onetti. Y es verdad. Cuando un país es libre y los artistas son honestos, los personajes no tienen la obligación de actuar encorsetados por la ideología del autor, aunque sea una ideología respetabilísima. El otro día me hundí en la butaca del cine para ver la película de Icíar Bollaín Te doy mis ojos. Tenía que olvidarme de que estaba en el estreno (ese momento de autobombo en el que todas las películas parecen buenas) y también de su cliché como historia sobre malos tratos, porque la bondad del mensaje no hace mejor una creación. Quería buscar al espectador inocente que hay en mí. No fue difícil. Te doy mis ojos no es un docudrama sobre la violencia, es algo mucho más complejo. Asombrosamente, hay amor en los personajes. Amor equivocado, turbio, contaminado por los complejos, por la ira, por la sumisión. El espectador se identifica con la víctima, pero la directora consigue, eso es lo difícil, que reconozcamos en nosotros mismos algo de esa paranoia furiosa que padece el agresor. La película es bella y triste, inquietante como si fuera un thriller, y en ella brillan los actores, a los que habría que pedir que nunca cuenten cómo construyeron sus personajes para que no rompieran la magia de lo que tan sensiblemente han creado. Los ojos de Laia Marull y de Luis Tosar dan altura artística al otoño. El miedo de ella, la ira de él, nos hacen volver a casa sobrecogidos. Pero también con la alegría de haber visto una película inolvidable.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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