Triomf
Permítome titular en catalán mi columna porque dentro de pocas horas la Generalitat impondrá la Creu de Sant Jordi a José Ángel Ezcurra, el que fuera director de Triunfo. Son las últimas cruces decididas por Jordi Pujol antes de retirarse, y acierta al escoger una revista que planteó un puente ni aéreo ni gaseoso entre España y Cataluña, especialmente en la década terminal del franquismo. Los que recuerdan la Cataluña de entonces como una isla de prodigios culturaldemocráticos poblada casi exclusivamente por gauche divine, permítanme que les corrija sin acritud. La gauche que había era sobre todo satanique y la divine fue solidaria, ética y estéticamente ejemplar.
Triunfo quiso ser una correa de transmisión en aquellos momentos decisivos de la reconstrucción de la razón democrática, y era empeño de Ezcurra, Haro Tecglen, César Alonso de los Ríos, Víctor Márquez, que la vida política y cultural de la Cataluña emergente pasara a la conciencia de todos los receptores de una revista que en cierto sentido era orgánica. No orgánica de partido, sino representante de una dificultada y necesariamente empecinada unidad de la progresía cultural. Tan leída en Cataluña como en Madrid, jamás hubo vehículo de comunicación más fecundo entre ambos imaginarios. Desde Luis Carandell a Manuel Campo Vidal, desde Montserrat Roig a Maria Aurèlia Capmany, de Domènec Font a Rosa Regàs, o Núria Pompeia, o Joan Senent-Josa, más una ristra de talentos centrífugos y democráticos, proyectaron conciencia crítica catalana mediante un puente cultural sin precedentes.
Ezcurra recibirá su Creu de Sant Jordi en representación de todos los que le ayudaron a construir aquel puente, a veces con el riesgo de castigos casi letales como la primera suspensión durante cuatro meses, a causa de un número lleno de transgresoras colaboradoras catalanas. Ezcurra es un necesario personaje sin el que no hubieran existido Objetivo, Nuestro Cine, Primer Acto, Tiempo de Historia, Hermano Lobo, ni aquel Triunfo que a partir de 1962 se sumó a la construcción de la ciudad democrática. Un empeño político cultural excepcional, iniciado en 1939 intra y extramuros de la ciudad franquista y todavía por ultimar. Aunque ahora sin un Triunfo que llevarnos a los ojos.
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