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Cultura y 'dalinización'

En las últimas semanas, las galerías y los centros de arte de Barcelona han levantado el telón de una nueva temporada que, de antemano, no se avecina ni mejor ni peor de lo que viene sucediéndose y repitiéndose en los últimos alegres años. Para empezar, por lo que se refiere al ámbito del comercio, el curso se ha iniciado con algunas pequeñas excelentes exposiciones junto a iniciativas prometedoras (por ejemplo, la voluntad de convertir el controvertido New Art en un certamen monográfico de vídeo). En la órbita de los grandes centros, junto a la nueva orientación que promete el Centro de Arte Santa Mónica (CASM), pues eso, todos prometen exposiciones inolvidables que si no han de cobijarse al amparo de una nueva edición de la Trienal lo harán bajo la cartela del Fòrum, que, en definitiva, es un poco lo mismo. En fin, que aquí estamos de nuevo, ante un nuevo capítulo de un conocido relato que probablemente ni siquiera las esperadas elecciones de este otoño conseguirán remover. A pesar de todo, nadie debe inquietarse: el posible aburrimiento que nos acecha tiene para 2004 un antídoto garantizado que, además, no se llama necesariamente Fòrum 2004; se trata, ni más ni menos, de la omnipresencia del archiconocido genio patrio -en sus dos vertientes- Salvador Dalí. La marea daliniana que se nos avecina no es poca, así que mejor será empezar a prepararnos con el suficiente espíritu crítico, aun a sabiendas de que las consideraciones que propondremos a continuación serán rápidamente consideradas superficiales por nuestra sesuda academia cada día más conservadora.

Nadie puede engañar hasta el extremo de ocultar que la operación 'Año Dalí' es ante todo turística y comercial

El Año Dalí se acaba de inaugurar con la pompa institucional al uso, anunciando grandes acontecimientos y proclamando a los cuatro vientos la grandeza del sospechoso personaje. A pesar de todo, a estas alturas nadie puede engañar hasta el extremo de ocultar que la operación Año Dalí es ante todo una operación de ingeniería turística y comercial. Los operadores turísticos son los principales destinatarios del mensaje, y las expectativas en este sentido, si alcanzan las cotas del reciente Año Gaudí, se cumplirán a satisfacción de todos. El Año Dalí es, pues, otro modelo preciso de mercancía cultural, o más allá incluso de lo que Georges Yudice denomina el "recurso de la cultura", es decir, la decisión por parte del capital de gestionar la cultura para multiplicar beneficios. En esta perspectiva será una delicia volver a oír al teniente de alcalde republicano cantando las virtudes del turismo, el shopping y el merchandising. Por otra parte, en esta ocasión, el pretexto Dalí juega con la ventaja de ser un genio integral, de modo que va a permitirlo todo sin demasiadas explicaciones; incluso hay quien ya se ha lanzado a la arena con una preciosa cubertería.

Naturalmente, todo este torrente dalíniano que nos acecha con el propósito de convertirnos en carne de consumo cultural se acompañará también con una serie de actos que ponderen el aspecto comercial del asunto. Así debe leerse, por ejemplo, el congreso ya concluido sobre la influencia del creador disidente -¿excentricidad con tintes críticos?- con la participación de los más eminentes especialistas sobre la cultura moderna y la esquizofrenia. Con este tipo de aproximaciones se intentará mantener la mercancía Dalí en la órbita de la alta cultura, en la constelación de aquello que en primer lugar se considera de interés académico y, por imperativo democrático, es ofrecido de inmediato al público para su hipotético disfrute desinteresado. A pesar de todo, precisamente es en este punto donde se encuentra lo más interesante de todo este embrollo: la voluntad de ofrecer una mercancía disfrazada de cultura cuando en realidad la cultura toda está sometida a un galopante proceso de espectacularización y consumo que bien podríamos denominar dalinización. Este es el auténtico bucle paranoico en el que nos encontramos. Por una parte, se multiplican proyectos e iniciativas que pretendidamente se sitúan al margen de lo establecido para mantener una perspectiva crítica pero que, muy a menudo y con demasiada facilidad, son devorados como gran espectáculo (la gran sombra que planea sobre el mismo Fòrum 2004), y por otra, un auténtico capitán de la banalización y la extravagancia espectacular es vendido como un actor cultural de primera magnitud, absorbiendo presupuestos y, muy probablemente, aburriendo soberanamente al personal.

¿De veras hay algo de Dalí realmente interesante por descubrir? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué la definitiva exposición antológica se realiza en Venecia y en Filadelfia? Más allá del examen obsesivo de los detalles, hay un consenso muy amplio en considerar que el Dalí joven es el más interesante en la pintura y el Dalí escritor el que hay que poner en orden; lo demás son nueces gratuitas para causar tanto ruido como sea posible. Entre los actos anunciados, la exposición Dalí. Cultura de masas, programada para Caixafòrum, es evidentemente, lo más interesante; de antemano es la propuesta más cercana a ese territorio híbrido que pretende situar a Dalí por igual entre lo cultural y lo banal y que se ha convertido en el trastero común para la cultura contemporánea. En fin, moraleja: haríamos bien si aprovechamos el Año Dalí para, aun mostrándonos ajenos al circo que nos espera, reconocer lo mucho de daliniano que puede llegar a ser cualquier otro compromiso cultural que nos propongamos.

Martí Peran es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Barcelona.

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