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Columna
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Ministros

La ciudad de Granada se está acostumbrando a las visitas ministeriales. Llegan los ministros, aparecen rodeados de políticos locales, confiesan su admiración ante las bellezas de la tierra, anuncian su deseo de colaborar en el porvenir de la ciudad, levantan aplausos y se marchan a otra ciudad, en la que también estarán rodeados de políticos locales, bellezas históricas y futuros esperanzados. A veces los motivos de la visita sirven para justificar la grandeza de las obras públicas que se proyectan, significativos trabajos de infraestructuras que se van a aprobar, o que acaban de aprobarse, o que fueron aprobados y ahora se ponen en marcha. Otras visitas descansan en el aire, sólo sirven para firmar convenios de colaboración sobre festejos que tal vez puedan realizarse si hay presupuestos, y si se considera oportuno en su momento, y si no existen preocupaciones gubernamentales más urgentes. Cualquier mal pensado podría sospechar que las nuevas atenciones a Granada se deben a la reciente victoria del PP en las elecciones municipales. Pero se trata de una sospecha incómoda, casi suicida, porque las ilusiones y las infraestructuras andan tan enfermas en Granada que da miedo morder la mano que viene a darnos de comer, aunque esté manchada de electoralismo y de demagogia. Conformémonos con pensar que la ciudad ha acertado a la hora de votar y que recibe su premio en visitas, inversiones y promesas. Las calles de Granada se van a llenar de bandas de música, banderines y multitudes agradecidas para celebrar la generosidad del Plan Cascos.

El informe del Tribunal de Cuentas sobre la financiación de los partidos políticos no parece muy alentador. Junto a las deudas, preocupa la poca claridad de las donaciones privadas. En este sentido resulta un consuelo que las donaciones públicas del Gobierno a las campañas electorales del PP gocen de la mayor claridad. El egoísmo siempre ha sido un fundamento ético, un motor de los intereses públicos, y aquí se ha encontrado un modo eficaz de matar dos pájaros de un tiro, o de una visita, aprovechando el dinero al mismo tiempo para animar a la ciudad y para hacer campaña electoral. Quien quiera trenes rápidos, autovías a la costa, mejora en los aeropuertos, buenas comunicaciones urbanas, no tiene más que votar al PP. Al principio da un poco de vergüenza, porque las viejas costumbres caciquiles, que alcanzaron su máximo esplendor con Natalio Rivas, provocan ligeros trastornos en la dignidad personal. Pero después casi todo el mundo acaba por agradecer la magnanimidad del Gobierno, y las visitas de los ministros se convierten en la mejor garantía de la eficacia municipal. Que se lo pregunten a los gaditanos, amparados por la mediación de Doña Teófila ante las más altas instancias del fomento y la prosperidad. En Granada no ha tardado en notarse la solidaridad del PP, la falta de fisuras entre sus militantes, el entendimiento saludable que hay entre sus dirigentes, el diálogo institucional, el calor que dan las promesas de un ministro amigo. Supongo que habrá quien se atreva a denunciar la utilización de fondos públicos para subvencionar favores electorales privados. Pero la democracia tiene poco crédito entre los ciudadanos que reciben con banderines y bandas de música a sus caciques.

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