"La cuestión es cuánto riesgo estamos dispuestos a asumir para progresar"
Los científicos gozan en Estados Unidos de un gran prestigio social. Bruce Alberts (Chicago, 1938), presidente de la prestigiosa Academia Nacional de Ciencias estadounidense (NAS), lo atribuye en parte a la "buena ciencia" que el ciudadano percibe a través de los medios de comunicación. Por supuesto, no es lo único. El sistema científico de este país, dice Alberts, permite al investigador desarrollar "la mejor ciencia posible" y contribuir al progreso científico y tecnológico. Pero no hay progreso sin riesgo. Y es ahí donde la información resulta fundamental. "Hay que reconocer la magnitud del riesgo para decidir si aceptamos los beneficios de las nuevas tecnologías", resume. Alberts participó recientemente en Barcelona en un simposio sobre el medio siglo del ADN organizado por el Institut d'Estudis Catalans.
"La ciencia tiene que ofrecer toda la información para que actúen los políticos"
"Queremos introducir la lógica de la ciencia entre los más jóvenes para que aprendan a juzgar"
Pregunta. ¿Cómo contribuye la Academia de Ciencias a mejorar la percepción de la ciencia?
Respuesta. La Academia es una entidad que ha demostrado ser muy activa en diferentes ramas de la ciencia, como la ingeniería, la medicina o la biología. En los últimos 15 años hemos elaborado cerca de 3.000 informes sobre cuestiones que generan algún tipo de conflicto debido a la falta de regulación, a interpretaciones divergentes o a la poca información existente. Y lo hacemos desde la independencia, puesto que somos una institución privada que se financia en parte gracias a contratos de investigación, algunos de ellos con el Gobierno de Estados Unidos.
P. ¿Qué les preocupa ahora mismo?
R. Por ejemplo, cómo usan la ciencia el Gobierno o la Administración, aunque nos interesa todo lo que provoca interacción con la sociedad. Una muestra es qué hacer con los residuos radiactivos o cómo usar la información genética en los juicios. Saber qué puede aportar la ciencia es fundamental para que el Gobierno decida si debe o no usar ambas tecnologías o si la sociedad va a aceptarlas.
P. ¿Por qué opina que es fundamental?
R. Porque el conocimiento aporta las claves para saber cuándo algo es peligroso o su uso entraña un riesgo importante. De ese conocimiento pueden generarse las regulaciones precisas para validar o negar su uso o exigir modificaciones. Nos está ocurriendo ahora mismo con la presencia de arsénico en agua potable o con las líneas eléctricas de alta tensión. Hay que determinar con exactitud hasta qué punto existe un peligro o los umbrales de riesgo. Sólo la ciencia nos puede decir cuándo y a qué tener miedo.
P. ¿Insinúa que el ciudadano ve peligros donde realmente no los hay?
R. El ciudadano no siempre conoce la ciencia que hay detrás de un producto o una tecnología. Se está viendo en Europa con los alimentos transgénicos. El consumidor los teme porque no los entiende. El problema es que la ciencia y la tecnología que usamos es cada vez más sofisticada y cambia a un ritmo mayor del que la sociedad es capaz de asimilar, de modo que lo que debería ser entendido como una solución se transforma en un problema porque escapa a la comprensión de la mayoría. La única manera de solventarlo es informando y promoviendo debates públicos.
P. ¿Informar o educar?
R. Ambas cosas son importantes. Desde la Academia estamos impulsando un programa educativo específico para el público infantil. Lo llamamos Cada niño es un científico y su objetivo no es promover una generación de científicos, sino introducir la lógica de la ciencia entre los más jóvenes para que aprendan a juzgar a partir de la evidencia científica. Es decir, que cuando sean mayores y deban opinar sobre los alimentos transgénicos, las líneas eléctricas o los teléfonos móviles, tengan una base sólida para decidir lo que está bien y lo que no.
P. ¿Y qué tienen pensado para los adultos?
R. Los niños y los jóvenes de ahora van a ser mayores algún día. Incentivando el uso de la lógica entre ellos, estamos influyendo en varias generaciones, puesto que estamos educando a los maestros del mañana. Algunos programas educativos defienden que los niños memoricen los principales descubrimientos, pero eso no despierta interés por la ciencia ni tampoco enseña a tomar decisiones. Además, la ciencia se encarga de demostrar que lo que hoy es cierto mañana puede dejar de serlo. Lo que importa es el criterio para evaluar las cosas debidamente.
P. La credibilidad es fundamental para conseguir que se cumpla este objetivo. Hoy por hoy, parece un bien escaso entre los científicos.
R. En el pasado hemos cometido muchos errores. De ellos hemos aprendido que es necesario ir más allá de la ciencia si queremos tener suficiente credibilidad. No basta con determinar los umbrales tóxicos de un producto o los efectos negativos de una tecnología. Hay que analizar sus consecuencias y, llegado el caso, proponer alternativas. Sólo así se puede establecer un marco regulatorio o permitir que alguien decida cuánto dinero hay que invertir para solucionar un problema. La ciencia tiene que ofrecer toda la información para que actúen los políticos.
P. ¿Cree que los políticos actúan de acuerdo con el conocimiento disponible?
R. A menudo, pero no siempre. Hay situaciones, no obstante, en las que resulta muy difícil alcanzar el punto de equilibrio. Ahí están los acuerdos de Kioto. La ciencia ha expresado claramente su opinión sobre los efectos de la acumulación de gases invernadero y el cambio climático. Se trata de un problema real, no inventado, sobre el que hay que tomar decisiones políticas que pueden ser muy impopulares. El político tiene que equilibrar la balanza.
P. En biomedicina o biotecnología, los científicos todavía no tienen todas las respuestas. ¿Hasta qué punto eso condiciona la toma de decisiones?
R. Cualquier decisión, por simple que sea, entraña un riesgo, y eso, que vale para las nuevas tecnologías o aplicaciones terapéuticas, hay que asumirlo. Tenemos que mejorar nuestra percepción del riesgo y actuar más racionalmente. Y lo mismo con respecto a los beneficios potenciales. La cuestión es cuánto riesgo estamos dispuestos a asumir para progresar, porque sin riesgo no hay progreso.
P. ¿La clonación es uno de esos casos a decidir?
R. Sabemos que, hoy por hoy, su aplicación entraña demasiados riesgos, por lo que habrá que esperar para ver si las técnicas mejoran. Cuando ello ocurra, y con toda la información en la mano, le corresponderá a la sociedad decidir qué hacer.
P. Estados Unidos mantiene una posición restrictiva con respecto a la investigación con células madre. ¿No es contradictorio con lo que acaba de decir?
R. En un informe reciente hemos propuesto que las investigaciones se extiendan más allá de las líneas celulares actualmente permitidas. En paralelo, hemos sacado un segundo informe para aclarar sus posibles aplicaciones. En EE UU todavía hay mucha confusión acerca del uso de embriones para generar un ser humano o para producir células madre.
P. ¿Hasta qué punto estos informes son bien valorados?
R. El científico en EE UU tiene una gran reputación.
P. ¿Y cómo se consigue esa reputación?
R. La complicidad con los medios de comunicación es clave. El ciudadano ve en ellos muy buena ciencia y entiende que los descubrimientos pueden serle beneficiosos. Además, todo buen político quiere tomar la mejor decisión basándose en la mejor ciencia. Por tanto, de lo que se trata es de hacer la mejor ciencia posible.
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