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Columna
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Agua turbia

Nos enseñaron los maestros de antaño que el agua era incolora, inodora e insípida. Ya creciditos, nos explicaban también los profesores universitarios de antaño que el agua turbia venía a ser símbolo erótico en algunos poemillas o romances medievales: en primavera determinados animales acudían a los riachuelos o arroyos para aparearse enturbiando la corriente; de ahí el símil amoroso del agua poco clara. Nadie nos explica hoy en día las características y propiedades del agua marina en la que aparecieron ahogados en la Bahía Feliz de Gran Canaria los cuerpos de dos infelices pasajeros de patera. Aunque alguna explicación racional habrá para sucesos tan irracionales como cotidianos.

Lo mismo que tiene una explicación la andanada de Pasqual Maragall, candidato a la presidencia de la Generalitat catalana, en torno al agua del futuro trasvase del Ebro. Y la tiene también la descarga cerrada de las baterías de los conservadores del Partido Popular contra el político socialdemócrata catalán. Indicó Maragall que en el País Valenciano se malgasta el agua y, por tanto, aquí no se ha de trasvasar ni una gota del Ebro. Y aquí no se depuran, ni se reutilizan muchos hectómetros de agua sucia, y se desecan humedales. Es cierto. Como es cierto que miles de agricultores valencianos se sacudieron la cartera para ahorrar agua mediante un sistema de goteo que sustituyó los métodos onerosos, en cuestión de gasto de agua, tradicionales. Ahorro de agua y sacrificio económico al que no aludió Maragall en su campaña electoral por tierras del Delta del Ebro. Las huestes del Partido Popular, con Eduardo Zaplana a la cabeza, aprovecharon el dislate electoral del ex alcalde de Barcelona para ondear una vez más sus propias banderas electorales y líquidas en torno al agua del Ebro. Y la insolidaridad y la inconsistencia ideológica de los socialdemócratas en campaña electoral fueron en manos del PP el martillo de herejes contra el adversario político. Hablaron del futuro desarrollo valenciano y de nuestros escasos recursos hídricos. Es cierto. Pero se olvidaron los conservadores del agua sin depurar ni reutilizar, de la desecación de humedales sobre los que se guarda silencio, o del desarrollismo de los campos de golf y el excesivo cemento costero que necesita más agua de la que tenemos, o podamos disponer. Agua turbia, exenta de toda simbología erótica en uno y otro caso, que no sea la erótica electoral de alcanzar o mantenerse en el poder.

Y agua poco transparente fluye también por esas movilizaciones que jalea el gobierno regional de Aragón, y que mezclan el futuro desarrollo y bienestar maño a unos cientos de hectómetros cúbicos de agua que, si no se altera el ecosistema del Delta del Ebro -desnudando a un santo para vestir a otro-, podrían llegar en caso de necesidad y en años de climatología adversa a las tierras valencianas. Aquí, además y afortunadamente, también hay mucho valenciano de origen aragonés, si de jugar al patriotismo localista se trata.

El agua del trasvase del Ebro ya no es ni insípida, ni incolora, ni inodora: es electoral. Aunque el trasvase sea necesario cuando aquí escasee el agua. Aunque muchos recelemos de esas grandes obras de ingeniería hidráulica -como las de los planes hidroeléctricos de Stalin, como las presas de New Deal de Roosevelt- que al cabo originan más problemas de los que solucionan.

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