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VISTO / OÍDO
Columna
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El primero que pegó

Oí a Borís Cyrulnik (El murmullo de los fantasmas, ed. Gedisa) y a Javier Urra, defensor del menor en Madrid, conversar sobre la transmisión del maltrato; el maltratado de niño maltratará a sus hijos. Borís contó la historia de un excelente muchacho que se enamoró y tenía horror; no sólo el natural en cualquiera que sufra esa transformación, sino el de que pudiera maltratar a sus hijos futuros porque él había sido maltratado. Seguí en silencio mi hilo, y me pareció una maldición que habrá que aclarar. Si el que maltrata es porque fue maltratado, quien lo maltrató también lo fue; y los eslabones podrían seguir atrás, pasar de Atapuerca y encontrarse con una de las leyendas básicas del grupo al que pertenecemos, el eurasiático: Caín mató a Abel porque había sufrido de sus padres, Adán y Eva (¡era el hijo malo!); los cuales "primeros padres" indudablemente fueron maltratados, castigados por una nimiedad aparente -la manzana- y por una autocracia repulsiva, no sólo de por vida sino por toda la vida de sus descendientes. Siempre me ha asombrado y preocupado mucho que nuestra civilización (como orden) y parte de nuestra cultura (como reflexión sobre la vida) estén basadas en esa injusticia flagrante. Pero nada me impedía dar un paso más allá: si Dios castigó así a sus hijos, ¿sería porque fue castigado? Pero ¿quién le dio azotes a Dios niño? No creo que diga irreverencia, aunque no me extrañaría porque no soy reverente, sino una posibilidad de indagación de ellos mismos sobre si hubo vida antes de Dios. Oigo a monseñor Amigo, nuevo cardenal -y le veo, sonriente y afable como su propio apellido indica-, decir que el Papa no puede dimitir porque no tiene ante quien hacerlo: no hay nadie por encima de él. El cardenal sí cree en Dios, y sabe que se puede dimitir ante Él; pero no sé si Dios podría dimitir, y si en realidad ha dimitido ya.

Estos pensamientos espurios no me hubieran sucedido de no estar en la presentación del nuevo libro de este autor con base en la idea de resiliencia. No se busque la palabra en la Academia: no está. Es la capacidad de un cuerpo, o de un ser, de recuperarse después de haber sido deformado. Yo estaba como niño recuperado: resiliente. Borís Cyrulnik lo es: judío francés bajo el fascismo. Él ganó su guerra, yo la perdí. Este fascismo es resiliente: se recupera después de la deformación sufrida por la muerte de Franco.

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