Lo que el bosque deja ver
Un paseo por los pinares que cubren el circo de La Pedriza posterior, donde se esconden magníficos miradores
Las fotos más antiguas de La Pedriza, aquéllas que fueron tomadas con las primeras luces del siglo XX por Tinoco, Meliá, Castellanos y otros miembros de la Sociedad Peñalara, nos estupefactan hoy por su calidad y por el hecho de que no vemos un solo árbol. La guía, publicada en 1931 con motivo de su declaración como Sitio de Interés Natural, era tajante: "El arbolado en la Pedriza puede decirse que no existe". Por las mismas calendas, Bernaldo de Quirós se refería a ella, con evidente orgullo, como a "nuestra Nanga Parbat, esto es, nuestra montaña pelada". Y, parafraseando al maestro Giner, vindicaba su bello paisaje de pura roca, su "desnudo geológico".
Hacia 1950 -no muy buenos tiempos para las ideas de Giner, y menos para el desnudo-, todo cambió: se decidió que en la Pedriza había que plantar a trochemoche pinos resineros y laricios, árboles tan resistentes como poco representativos de la flora guadarrameña, y también cipreses de Arizona, cuyo nombre lo dice todo.
Giner vindicaba como "desnudo geológico" este bello paisaje de pura roca
Si descartamos las motivaciones ecológicas -¡en 1950!-, no se nos ocurre otra razón para aquello como no fuera la de hacer sombra, pues según recuerda el veterano montañero Domingo Pliego en una de sus guías, "la Pedriza resultaba tan calurosa (sin árboles), que había que dejar de escalar durante las semanas más duras".
Consolémonos, pues, pensando que, haga el día que haga, vamos a poder pasearnos como reyes por los Llanillos, sin grandes sudores y bajo palio. Recibe tal nombre el rellano que se extiende, a modo de grada, por la parte baja (en torno a los 1.450 metros) del circo de la Pedriza Posterior, una de las zonas más afectadas por la repoblación de marras. Allí donde la guía de 1931 señalaba, como cosa extraordinaria, la presencia de "algún pino solitario, destacando entre los canchales y peñones", hoy hay una selva que rara vez se abre, pero cuando lo hace, ofrece unas vistas -pues no deja de ser una grada- que justifican el resto de la ciega jornada.
Desde el aparcamiento de Canto Cochino (1.025 metros), cruzaremos el río Manzanares por el puente de madera y subiremos a la izquierda para, acto seguido, volver a desviarnos a esa mano por una senda señalizada con trazos de pintura blanca y amarilla. En una hora, siempre cuesta arriba, nos plantaremos en el collado del Cabrón (1.303 metros), que está hasta los topes de pinos, no viéndose aparte de éstos sino alguna chaparra nativa y algún arce niño que, en otoño, pone una nota de color ruboroso entre tanto verdor obligado.
Por la senda que aquí aparece indicada hacia las Torres, ya sin marcas de pintura, bordearemos enseguida unas peñas desde las que se abarca un inmenso panorama: a nuestros pies, el refugio Giner, el Tolmo y, poco más arriba, el collado de la Dehesilla; a la derecha del collado, el macizo de la Pedriza Anterior; y, a su izquierda, el circo de la Pedriza Posterior, cuyo arco arranca en los Pinganillos (el Pájaro, la Muela, los Guerreros...), culmina en las Torres (2.033 metros) y desciende por las Milaneras -ocultas a la vista por el pinar- hasta nuestra posición.
Sin dejar la senda más trillada, iremos ganando altura hacia la izquierda hasta que, a unas dos horas del inicio, alcancemos la máxima cota del recorrido (1.520 metros) y viremos a la derecha para bajar por un espesísimo pinar. No es llano, pero comparado el resto de la Pedriza, merece el nombre de los Llanillos. Y así, un cuarto de hora después, arribaremos al cruce de Cuatro Caminos (1.425 metros), bien marcado con cuatro grandes hitos, donde nuestra senda es atravesada por el sendero PR-M2 (marcas blancas y amarillas).
Continuando de frente, cruzaremos el arroyo de los Poyos y luego su afluente, el de la Ventana, para descender rápidamente por la ladera sobre la que descuella el impresionante risco del Pájaro y volver a cruzar la corriente reunida de ambos regatos (1.250 metros; tres horas). Siempre valle abajo, por la derecha de las aguas, llegaremos sin pérdida posible a Canto Cochino. Entre pinos y arizónicas.
En cualquier época del año
- Dónde. Manzanares el Real, capital de la Pedriza, dista 53 kilómetros de la Puerta del Sol y está bien comunicado por la autovía de Colmenar (M-607), tomando la M-609 pasado el kilómetro 35 y luego la M-608 a mano izquierda. Para llegar al aparcamiento de Canto Cochino, hay que salir de Manzanares hacia Cerceda (M-608) y tomar el primer desvío a mano derecha. Hay autobuses hasta Manzanares (teléfono 91 35981 09) desde la plaza de Castilla.
- Cuándo. Cualquier época del año es buena para realizar este itinerario circular de 11 kilómetros y cuatro horas largas de duración, con un desnivel acumulado de 500 metros y una dificultad baja.
- Quién. Domingo Pliego es el autor de Excursiones en la Pedriza del Manzanares, excelente guía editada por Desnivel en la que se describen varias rutas por la Pedriza Posterior. También se hallará más información sobre sendas en el Centro de Educación Ambiental del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares (tel.: 91-853 99 78), que está junto al control de acceso de la Pedriza.
- Y qué más. Cartografía: mapa La Pedriza del Manzanares, a escala 1:15.000, de La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38; tel.: 91-534 32 57).
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