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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Solamente palabras

Un juicio en la Audiencia Nacional me ha hecho revivir las horas de secuestro que precedieron a la ejecución de Miguel Angel Blanco. También una periodista ha recordado estos días la entrevista que sostuvo en una herriko taberna de Ermua horas antes del mortal desenlace. A preguntas suyas, otra joven como ella le respondió que creía que matarían al secuestrado y que, además, era necesario que le matasen. La periodista dice que desde aquel día sabe "que no pasa nada por hablar. Pero que tampoco sirve de nada".

Me ha impresionado profundamente esta reflexión. Yo siempre había creído en el poder de la palabra. Estaba convencida de que las palabras, trabajadas en lúcidos argumentos, eran capaces de cambiar el mundo. Que la pluma termina por vencer a la espada.

Los oídos de sus fieles votantes se vuelven inmunes a la razón democrática
Para mí las palabras eran la forma en que se expresaba la fuerza de la razón

Mi padre tuvo mucho que ver en que yo pensase así. Me enseñó a buscar siempre el contenido, o sea, la razón o la sinrazón de los razonamientos. Así que para mí las palabras eran la forma en que se expresaba la fuerza de la razón. Y en el torrente de palabras de un mitin o en su lento discurrir por el cauce de un libro podía entrever la razón en marcha.

Luego la vida me ha vuelto del revés en varias ocasiones. Y ahora cada vez estoy segura de menos cosas.

Descubrí que las palabras no pasadas por el peaje de la razón podían expresar profundos sentimientos y provocar emociones capaces de ser compartidas salvando la distancia. Pronto supe que, a veces, ni siquiera son necesarias las palabras para compartir los sentimientos: basta con una mirada o una lágrima del otro enjuagada con el dedo. Pero en otras ocasiones, los sentimientos cabalgan en palabras hasta alguien que las está esperando como agua de mayo.

Esa espera es la cuestión de fondo; las palabras expresan sentimientos, pero no logran transmitirlos si el otro no está en condiciones de recibirlos. ¿Qué significan las palabras de amor para quien las escucha sin estar a su vez enamorado? Son algo repelente que hace sentir vergüenza ajena, o peor aún, sentirse amenazado.

Sin llegar a esos extremos, las palabras a menudo son entendidas al revés o no son entendidas, simplemente. Es necesario que exista un canal abierto, una predisposición a entender. En una época, hace veinte años se decía que la comunicación profunda entre dos personas necesita de una "química". Era una expresión un poco tonta, pero denotaba que algo había ahí para lo que nos faltaba un nombre.

Cuando la experiencia de una relación ha llevado a desconfiar del otro en lo esencial. Cuando el otro ha muerto para mí porque se me ha vuelto increíble. ¿Qué podrá decirme, no ya para convencerme, sino al menos para que sus palabras me digan algo? Esto sucede casi del mismo modo en las relaciones personales que en la política. Pero no pienso hablar del plan Ibarretxe.

Pero lo que no esperaba, es lo que me sucedió ayer en clase. Que uno de mis alumnos más jóvenes me dice señalando al libro de texto: "Profa, estas palabras han de estar endemoniadas, porque no puedo aprenderlas".

Al oírle pensé: Vaya, es esa una posibilidad que no se me había ocurrido. Pero el chaval continuó: -"Voy a tener que llevarlas al culto".

¿Es que yo no le pareceré bastante culta? Pero entonces me explicó que en la comunidad gitana a la que pertenece, hay quien tiene "el don", que le permite hablar con Dios usando palabras que nadie más entiende. Así que razonaba el muchacho, si el que tiene el don, toca el libro, las palabras perderán su posesión maligna y él podrá entonces aprenderlas, como Dios manda.

En otro tiempo, hubiera aprovechado la circunstancia para explicar a mi alumno cómo la Ilustración ganó para la ciencia un espacio independiente de la religión; y que es en este espacio laico en el que nace la escuela y en donde viven los libros de texto. Pero mis palabras, a diferencia del conjuro ininteligible del hechicero del culto, no pueden contra los oídos voluntariamente sordos. Unos oídos que previamente se han alimentado de opiniones desfavorables sobre el conocimiento escolar.

Esta desigualdad de armas me deja perpleja. Porque la pretensión de la escuela de difundir conocimientos mediante la palabra de los maestros no puede competir con el adoctrinamiento de la propaganda religiosa. Lo mismo que la libre expresión de las ideas políticas mediante la palabra se ahoga en el sarcasmo cuando tiene que competir con la pistola de los asesinos de Miguel Ángel Blanco. Decir entonces desde las campas de Foronda que la paz vendrá de la mano del diálogo sin condiciones, no es sino hacer política seudo religiosa con el único fin de mantenerse en el poder. Con la agravante de que los políticos que hoy gobiernan saben que determinadas palabras, convertidas en consignas, consiguen que los oídos de sus fieles votantes se vuelvan inmunes al razonamiento democrático.

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