El boxeo más salvaje
El 'toughman', una pelea de aficionados sin control, ha causado cuatro muertos en lo que va de año
Stacy Young era una típica madre norteamericana, de 30 años y unos 108 kilos de peso. Nunca había subido a un ring. Nunca había disputado una pelea, ni profesional ni aficionada. Vivía su vida corriente en Bradenton, Florida, con su marido, Chuck, y sus dos hijas. Un sábado por la noche, el pasado 14 de junio, acudió a disfrutar de una velada de toughman en el Robarts Arena. En un fatídico momento, los promotores se le acercaron y le propusieron una pelea con una luchadora que se había quedado sin rival. No aguantó mucho. Cayó redonda al tercer asalto. A los dos días murió. Es la cuarta muerte causada por el toughman este año.
Políticos de algunos estados y condados y familiares de algunas de las últimas víctimas han emprendido precisamente estos días una cruzada judicial y legislativa contra el toughman. Pero el litigio dista mucho de estar bien encaminado. Un senador está intentando su eliminación en Texas, donde murieron dos personas el año pasado, y sus propuestas han quedado descafeinadas.
El toughman ha calado hondo en algunas zonas de Estados Unidos. Este tipo de peleas, entre el boxeo aficionado y la lucha libre, son muy baratas de montar y proporcionan un brutal entretenimiento. El negocio lo avistó un avispado promotor, Art Dore, ya hace 24 años y ha sobrevivido sin grandes movimientos en contra, a pesar de que ya registra 14 fallecimientos y múltiples heridos irreparables y de gravedad.
Art Dore, que se reconoce desbordado y sorprendido por las últimas fatalidades, tenía ya programados unos 86 eventos de esta naturaleza para el próximo curso, que le reportarían una cifra cercana al millón de dólares. Ahora, algo acorralado por las investigaciones policiales y judiciales en curso, Dore también dice que ha abierto su propia investigación interna para averiguar qué está pasando.
El tinglado tiene algunas reglas, pero muy flexibles. Ahora, en algunas zonas, como la propia Sarasota, los políticos empiezan a tomarse la broma algo más en serio y reclamar la presencia de doctores, ambulancias y algún registro. Porque para ser luchador de toughman no se necesita nada. Casi nada. Pagar una pequeña tasa (unos 50 dólares), ser mayor de 18 años y vivir en una serie de millas a la redonda del lugar de la competición, permitida en 44 estados. Teóricamente, entre los hombres hay dos categorías de boxeadores por su peso. Entre las mujeres no se hacen distinciones. Cada combate dura tres asaltos de 45 segundos. Obviamente, no se puede ser boxeador profesional ni tampoco amateur con más de cinco victorias en los últimos cinco años.
En esa facilidad y proximidad física y afectiva con los contendientes radica parte del éxito de las convocatorias para el resto de sus vecinos. La mayoría de los púgiles, naturalmente, no disponen de experiencia, no se entrenan, están gordos o en mala forma y no han pasado ningún tipo de revisión médica. En todo caso, un asistente les puede tomar la presión sanguínea para corroborar su nivel de alcohol. Tampoco compiten por un gran premio o trofeo. No pueden. Si ganasen más de 50 dólares, el combate sería profesional y estaría más regulado.
En la pelea en la que tomó parte Stacy Young, los promotores le prometieron que era algo "seguro y divertido, lo peor que te puede ocurrir es que te rompas la nariz", según expuso esta semana Greg Kehoe, el abogado de la familia, en la vista preliminar del caso en un juzgado de Tampa. Kehoe ha llevado al juzgado al promotor Dore, al que demanda 15.000 dólares, y también al árbitro, por negarse a parar el combate en el primer asalto a pesar de apreciarse desde el primer momento que Young iba dando tumbos ante una rival más joven, ágil y musculosa, como se ha ratificado luego en un vídeo de la sesión. Sufrió múltiples heridas en el cerebro y a los pocos días de estancia en el hospital fue desconectada. Esa noche hubo otros dos heridos graves. También están en litigio. El abogado defiende que el toughman es algo "'bárbaro, depravado, no regulado y sangriento". Y concluyó: "La posibilidad de morir no es sólo una especulación, es realidad".
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