La última pedalada
La última pedalada es quizá la más ligera, suave y etérea, la que sale de una fuerza interior desconocida.
No tengo ni idea de cuántos kilómetros habrán sido. Además, la cifra siempre sería incompleta. Porque quedan por contar los neutralizados, que, oficialmente, no son oficiales, valga la redundancia, pero que nuestras piernas, que no entienden de burocracia, contabilizan por igual, y los que hacemos muchas veces para llegar al hotel o a la salida, que suelen ser también unos pocos.
Pero, bueno, como decía, eso es lo de menos. El verdadero asunto, el quid de la cuestión es la velocidad. Eso es lo que de verdad importa. Los organizadores dicen que han dado con la ecuación correcta para ser la carrera por etapas más rápida de la historia. Y ahí están los datos para corroborarlo, vocean con orgullo. Pero lo que no dicen es que en esa ecuación todo está en función de las ganas con las que salen los corredores. Y si hubo algo que no falto ningún día fueron precisamente ganas, más incluso que fuerzas. Por eso no fallo la matemática.
Y por un día, y para que no falle la tradición, ayer salimos con ganas de fiesta, no de guerra como venía siendo habitual. Los extraterrestres, eso sí, ésos de las velocidades sobrehumanas, intentaron camuflarse entre nosotros, aunque en el circuito de Madrid su condición volvió a quedar en evidencia. Pero la fiesta estaba por encima de todo. Cada uno había aceptado su destino a pesar de haber robado unas horas a su sueño. Las felicitaciones iban y venían; unos, por ganar; otros, por subir al podio, y otros, la gran mayoría, por terminar. Las conversaciones giraban en torno a las vacaciones, la familia, qué vas a hacer esta noche o dónde correrás el próximo año.
Y así llegamos a la Castellana, donde las palabras dejaron de fluir para tornarse jadeos. Dimos las vueltas de rigor, afrontamos el sprint y, con la pancarta de la meta sobre nuestras cabezas, dimos la última pedalada, la más placentera.
Pedro Horrillo ha corrido la Vuelta con el Quick Step.
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