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Columna
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Un mundo de verdad

Para hacer carrera de malo hay que tener buena pinta. Si Anthony Alexander King hubiera tenido el aspecto de mister Hyde no habría podido llevar durante tanto tiempo la vida que ha llevado ni cometer todas las atrocidades que ha cometido. La tragedia de Málaga la explican también esas apariencias que engañan. King, todo el mundo lo ha dicho y subrayado, parecía una persona normal. Y es importante detenerse en esa palabra. "La moral está en los adjetivos".

Es la aparente e inmerecida normalidad de King la que le ha permitido vivir estos últimos años al sol y no a la sombra. Y entonces, ¿por qué la aparente normalidad no ha librado a Dolores Vázquez de pasarse diecisiete meses a la sombra con lo divinamente que se está al sol de la inocencia y al de Málaga? ¿O es que Dolores Vázquez no parece normal? A mí desde luego me lo parece. Y entonces, si esa mujer parece normal además de serlo, dado que ese crimen lo ha cometido otro, ¿cómo ha podido ser acusada, juzgada y condenada, con todas las de la ley, por el asesinato de Rocío Wanninkhof?

Creo que la respuesta a esta pregunta también hay que buscarla en la normalidad aparente. En lo que hoy aparece como normal, en lo que se nos vende (literal) como normal en relación con la Administración de Justicia (¿O hay que decir ya sólo gestión o sólo retransmisión?). Y lo que se pretende hacer pasar por normal en justicia es el espectáculo, en sus dos acepciones de número lamentable; y de representación o exhibición públicas.

En las altas esferas, ese espectáculo se traduce en los intentos ejecutivos (varios) de llevar el solar de la política actual al huerto de los tribunales. Y en el tartufismo de invocar hoy para saltarse mañana el principio de división de los poderes, como si la división de poderes fuera una tapia y no una actitud, quiero decir, un respeto. Y en la confusión interesada de las instancias y los momentos procesales: tratar las denuncias como si fueran ya sentencias; usurpar para la mera interposición de un recurso la legitimidad del tribunal o de la cosa juzgada.

En el nivel de la calle, el panorama es igualmente un cuadro. La ciudadanía desconfía cada vez más de la Justicia y motivos no faltan. Sentencias que parecen del hombre de Atapuerca en casos de violencia sexual o de género. Acusados de asesinato que salen a la calle sin haber sido juzgados después de cuatro años. Condenados hace 18 años a los que ahora se obliga a ingresar en prisión. Y delirios procesales como el affaire de Málaga, que no es sino el botón de muestra de la mercería de negligencias, confusiones, suplantaciones que se pone en marcha con la complicidad de determinados medios de comunicación en cuanto hay materia para el morbo. Dolores Vázquez ha sido condenada porque juristas de carrera han hecho pésimamente su trabajo. Y porque la prensa, con la venia de los poderes públicos, ha montado y difundido desde el principio (y sigue) un juicio paralelo cuya principal característica ha sido la de reducir al absurdo todas las nociones que son garantía de protección y seguridad jurídicas. Un juicio con cámaras pero sin plazos ni presunciones ni acatamientos ni secretos sumariales ni principio de contradicción. Sólo la confusión de los sentimientos con los argumentos, las opiniones con las pruebas, el amateurismo con la profesionalidad, el dolor con el conocimiento, la verdad con la voluntad. Sólo un "pienso luego eso existe" tras otro, día tras día.

Pero si falla la Justicia, apaga los focos y vámonos. Vámonos directamente al escenario del proceso kafkiano, al laberinto sin referencias, sin armazón reconocible, donde todo vale porque nada impide ya que un inocente sea ejecutado. Se acaba de romper el Pacto de la Justicia. Nos toca, como ciudadanos, exigir no un pacto nuevo sino un compromiso nuevo total y de todos para recuperar la Justicia. Un compromiso como un mundo nuevo en el sentido más kafkiano: "En un mundo de mentira, a la mentira no se la expulsa del mundo ni siquiera mediante su contrario, sino sólo mediante un mundo de verdad".

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