Disfraces
Las grandes empresas no son tan tontas hoy que sólo busquen ganar dinero. Las más avanzadas se coaligan ahora para ofrecer salud a la humanidad. Pepsi-Cola, Renault, The Body Shop, Heineken, MTV, Levi Strauss, todas aquellas marcas que componen la realidad del mundo se han apiadado de él. O mejor: no podrían vivir ni sacar provecho en un mundo infectado de enfermos de sida o de cualquier otro mal contagioso. Como ha declarado uno de los directivos de la coalición internacional: "Toda empresa con intereses en África debe ocuparse del sida como una parte más del negocio".
En realidad, todos somos parte del negocio, y nuestros deseos, nuestras voluntades, nuestro colesterol también. Ha terminado aquella distinción entre mi mundo y el mundo empresarial. Sólo hay un mundo encerrado en el absoluto poder del capital. ¿El Estado? En la actualidad, según Forbes, entre los 50 hombres más influyentes del planeta no aparece ningún jefe de Estado o de Gobierno, sino tan sólo hombres de megaempresas que toman decisiones sin someterlas a ningún Parlamento o consulta popular. A estas alturas, la suma de 200 sociedades con capitalización bursátil supera el PIB de más de 150 naciones. ¿Los políticos? Ante su apabullante inferioridad, a los políticos apenas se les ocurren nuevas ideas, y si se les ocurren no osan desarrollarlas sin pactarlas antes con los organismos internacionales, testaferros del gran capital. Día tras día la trama inmobiliaria, la mobiliaria o la mixta, muestran la cohabitación entre política y dinero. Día tras día, desde las carreteras a la seguridad, desde el alumbrado a la enseñanza, la caridad o la sanidad, pasa a manos de las empresas privadas. Pronto la política se revelará como un simple teatro destinado a la distracción, material de relleno para las tertulias radiofónicas o falso ritualismo para disimular el gran porno de la época. Es decir, el cuerpo orondo del capital relacionándose directamente con sus ciudadanos, sus empleados, sus clientes, sus feligreses, sin necesitar para nada la vida de aquellas instituciones representativas que fundó la modernidad y ahora se han hecho urdimbres finísimas, tejidos muy ralos que apenas desempeñan la misión del disfraz.
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