_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aire

Juan Cruz

Es como la libertad. Se nota su falta, se derrocha cuando se tiene. Si no lo tienes, vives con la mortificación de la incertidumbre, cómo se acaba, cómo vuelve el aire que no respiras. Torrente Ballester, que hizo tantos títulos extraordinarios, extrajo uno de la conversación casual de dos obreros, en Salamanca: "Dónde queda eso", preguntó el uno, y el otro respondió: "Donde da la vuelta al aire". En Los gozos y las sombras ése es un título central. ¿Dónde da la vuelta el aire, dónde se estanca? Respirar es la vida, y si no respiras no sabes qué vale la vida. Los médicos hablan de la calidad de la respiración, y nadie sabe, si no sufre su falta, qué es esa calidad: tener el aire libre en los pulmones, amanecer con la lujosa sensación de respirar.

Ahora entras en un taxi y han enrarecido el aire, le ponen ambientadores, o la calefacción mata el aire, lo hace viscoso, artificial; el que tiene dificultades para respirar en ese ámbito abre la ventanilla, alarga su nariz sobre el cuello del taxista, busca la frescura natural de la calle, pero ahí dentro está el olor, el aire deja de ser el aire y se convierte en una combinación agridulce de limones y de química.

En la calle, mientras paseas, un hombre alienta con el humo de su cigarrillo el aire de la mañana, va feliz, es libre de fumar, y además en la calle, cree, nadie va a notar el efecto de la nicotina sobre las aceras. Pero alguna vez la nariz del que tiene el aire limitado por sus pulmones o por sus bronquios pasa a su lado, y el vapor del cigarrillo entra como una navaja barbera en la respiración tenebrosa.

Después vas a un restaurante, empieza el otoño de las comidas largas y calientes, y al final, cómo no, los tres comensales que te son contiguos fuman y fuman largos y gruesos vegueros. Les explicas: es que, mire, mis pulmones... Siempre habrá alguien que te diga desde el fondo de su propio humo: "Mira, eso que tienes es psicosomático...".

Hay un chiste famoso de Tony Leblanc que narra la angustia del padre que va explicando una y otra vez a su hijo qué es un río, "hasta que tanto me harté que tiré el niño al agua". Dan ganas, cuando te dicen que el humo se va, que lo tuyo es psicosomático, de meter a los que fuman a tu lado en una redoma donde sólo haya humo, humo y humo. Acaso dejen de fumar a tu lado, porque lo suyo ya será también psicosomático.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_