_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Electoralismo episcopal

Fernando Vallespín

Después del ostentoso perdón concedido por el Papa a la actitud belicista de Aznar durante su visita a España, poco a poco hemos venido conociendo algunas de sus consecuencias. Como era de esperar, la "contraprestación" primera se materializó en la decidida defensa de nuestro Gobierno a incorporar las "raíces cristianas" de Europa al texto de la Convención europea. Esto hubiera sido un tema menor de no haberse aprobado poco después la reforma de la enseñanza religiosa en una línea claramente favorable a los intereses eclesiásticos. Puede que se debiera a dicha visita, aunque en todo caso encaja como un guante en el ideario del PP. Ahora, y con motivo de las elecciones a la Comunidad de Madrid, Antonio M. Rouco y otros prelados madrileños nos recuerdan los valores cristianos que merecen ser defendidos en la vida pública, e instan a sus fieles a no votar aquellas propuestas políticas favorables al divorcio, el aborto y la eutanasia y, en general, a cuantas no se ajusten a la moral católica.

En principio no habría nada que objetar a que reiteren a sus fieles dichos valores, aunque no se sabe muy bien por qué es necesario refrescarles la memoria respecto de cuestiones fuera del alcance competencial de una comunidad autónoma. O que ignoren cuál ha sido la causa principal del escándalo que ha obligado a repetir las elecciones de la Comunidad de Madrid. En una sociedad pluralista, la posición auténticamente moral hacia los cargos públicos no es exigirles que legislen sobre cuestiones de moralidad privada, sino que no se dejen contaminar por intereses contrarios al bien público y en claro beneficio de espurios intereses privados. No hubiera estado mal que en ejercicio de su labor de "pastores" -¡cómo suena esto en una sociedad civil construida a partir del principio de la autonomía individual!- hubieran recordado la prohibición del enriquecimiento ilícito.

Es posible, además, que no hayan tomado conciencia de las auténticas implicaciones de su nota pastoral. Porque seguida al pie de la letra no se sabe muy bien qué partido podría hacerse merecedor del voto. ¿Hay algún partido concurrente a las elecciones que lleve alguna propuesta de abolir el divorcio y los supuestos ya aprobados del aborto? ¿Acaso están llamando a la abstención hasta que alguno de ellos incorpore estas cuestiones a su programa, o es una apelación retórica para que no se vaya más allá de donde ya estamos? O sea, autorizando los matrimonios entre homosexuales o introduciendo algunos supuestos de eutanasia, por ejemplo. Supongo que será esto último, porque si no rondaría el absurdo.

Con todo, quizá sea necesario ir al tema que de verdad interesa, el papel del discurso religioso en el debate público de sociedades formalmente secularizadas. Aquí tenemos a nuestros obispos en campaña electoral, pero otros, como los franceses, tienen el problema del enfrentamiento de la minoría musulmana a la laicidad del Estado. Contrariamente a lo que nos habíamos imaginado, el discurso religioso no sólo no deja de asomar en el debate público, sino que ante los nuevos desafíos de la sociedad tecnológica tiende a presentarse con mayor fuerza en la agenda de los sistemas políticos más desarrollados. La cuestión del control del genoma humano es un buen ejemplo. Nos encontramos así con un espacio público en el que comienzan a interferir visiones científicas, morales y religiosas. Y el gran desafío estriba, como señala el filósofo J. Habermas, en ver cómo un "ilustrado sentido común democrático" pueda labrarse una posición propia e independiente entre ellos. Del adecuado entrecruzamiento de estas visiones, según el mismo autor, obtendríamos después un tipo ideal de creyente -el de una sociedad democrático-pluralista-, que debería poder alcanzar, un triple nivel reflexivo: primero, abrirse a un encuentro e interacción con otras confesiones religiosas; en segundo lugar, sintonizarse también a la autoridad de la ciencia, que posee el efectivo monopolio social del conocimiento; y, por último, aceptar las premisas de un Estado constitucional que se legitima a partir de una "moral profana". No hubiera estado mal que la reforma de la enseñanza de la religión se hubiera enfocado hacia su complementariedad con las bases de dicha moral laica.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_