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MÚSICA | MERCE

Boleros y mestizaje llenan el centro

La Mercè 2003 comenzó como suelen comenzar todas las fiestas mayores barcelonesas en los últimos años: con grandes aglomeraciones de gente tomando la calle y en especial los enclaves en los que se sitúan los diversos escenarios. En el centro de la ciudad la aparente inmensidad de la plaza de Catalunya volvió a quedarse pequeña y las escalinatas de la catedral, a pesar de que la fachada está parcialmente cubierta por obras, fueron una vez más un escenario preñado de cierta solemnidad, de los que imprimen carácter.

El viernes por la noche todo quedó en casa; así, los barceloneses Ojos de Brujo empequeñecieron la plaza de Catalunya y el también barcelonés Moncho llenó de ternura los alrededores de la catedral con su alforja llena de boleros. En realidad, los primeros en lanzarse al vacío fueron los ilerdenses Crazy Notes, que calentaron el ambiente mientras la plaza de Catalunya se abarrotaba de un público eminentemente juvenil que, con vestimentas y actitudes, alardeaba de un cierto talante alternativo. Los de Lleida fueron una buena banda sonora para amenizar encuentros, llegadas y tomas de posición a la espera de la bomba que se avecinaba.

Mientras en la plaza de Catalunya se cargaban pilas, ante la catedral las cosas seguían un rumbo muy distinto. Un público bastante más adulto tomaba asiento ante el escenario (aquí se habían preparado varios centenares de sillas) con el espíritu calmado de ir a vivir una fiesta mayor sin sobresaltos. Moncho, el encargado de que eso fuera así, no se hizo esperar y con una puntualidad encomiable apareció en el escenario mientras las campanas del templo anunciaban las once de la noche. Historia de un amor sirvió para que Moncho entrara directamente en materia. Lo suyo no engaña: amores tiernos o descarnados, pero amores a fin de cuentas, tratados con la suavidad tormentosa del bolero. En la catedral volvió a mostrarse cercano y comunicativo. Y el público se entregó ya desde el primer suspiro. Lástima que hubiera tantas sillas porque, de lo contrario, podría haber sido una velada de bailongo agarrao bajo la luna para el recuerdo. En los laterales, ante las pantallas de vídeo que flanqueaban los extremos de la avenida, convenientemente sonorizada en toda su amplitud, se bailó bastante.

En la plaza de Catalunya era imposible bailar, a lo más saltar manteniendo posiciones. De hecho, la música de Ojos de Brujo también incitaba más al salto que a la danza, así que, al final, todos contentos. El grupo barcelonés no mostró la misma puntualidad que su compañero bolerista e hizo esperar a su público más de cuarenta minutos, espera tediosa de la que sólo sacaron tajada los innumerables vendedores ambulantes de cerveza que poblaban la zona.

Ojos de Brujo toman su música de los lugares más disparatados, puro mestizaje, y de la mezcla nace un producto de gran pegada. Su actuación en la fiesta mayor barcelonesa, a pesar de una sonorización muy deficiente en bastantes puntos de la plaza (en otros era atronadora), tuvo esa pegada y consiguió encender los ánimos del público ya casi desde el inicio.

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