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Columna
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El símbolo

Mucha pena por Copito. Ya sabíamos que el gorila estaba viejo y algo enfermo, pero la reciente descripción de su maltrecho estado actual por Clara Blanchar en estas páginas ha resultado conmovedora. Creo que nunca he visto a Copito más que en foto o muy de lejos, no soy una habitual del zoológico. Sin embargo, aunque no me gustan los gorilas, me ha impactado conocer que tiene los días, -las semanas, ¿acaso meses?- contados. Efectivamente, Copito debe de ser para algunos barceloneses como yo misma algo más que un gorila. Sólo así se explica que varias personas me hayan hablado, con tristeza, sobre lo ya sabido: pulvus eris... Incluso un gorila albino tan prodigioso como la ciudad que le cobija está llamado a desaparecer. C'est la vie.

Pensar en Copito, de inmediato, me lleva a pensar en Barcelona. ¿Se podrá hacer el Fòrum sin Copito? ¿Cómo sustituirlo? Se sabe que Copito tiene un cáncer de piel, así que su enfermedad no es la melancolía o la depresión por no protagonizar algún acto del famoso Fòrum 2004. Aunque sea una estrella, Copito, como tantos barceloneses, hubiera sido tan sólo una comparsa en el magno festival del diálogo, la paz y el conocimiento organizado por las administraciones y patrocinado por todos nosotros en general, aunque ayudados por un puñado de países económicos globales, es decir, macroempresas de buen corazón que creen que este tipo de tómbolas culturales masivas son un mercado de ideas.

No sé si Copito -al que los barceloneses nos hemos acostumbrado a tratar como uno más de nosotros- entiende todo esto, seguro que le importa un pimiento el Fòrum y la sarta de eventos electorales que le preceden. ¿Piensan lo mismo que él muchos ciudadanos? El prodigioso gorila es, acaso, una especie de álter ego barcelonés a la carta: cada uno ve en él, y con él, lo que quiere ver. Eso es lo que echaremos de menos cuando muera. Lo digo hoy porque éste es el único artículo que he escrito en mi ya larga vida de escritora de periódicos sobre el exótico animal que tan bien ha simbolizado la Barcelona de esta época. Esa Barcelona de doble faz: la racionalista y ordenada que se divisa desde el Tibidabo -la cara para las visitas comme il faut- y la bizantina y caótica que se percibe desde Montjuïc. Seny y rauxa. Una ciudad perfectamente contradictoria hasta en la forma. Como Copito. ¿Dónde se ha visto un gorila blanco?

Copito, que nos conoce a fondo después de tantos años de selva barcelonesa, está al cabo de la calle de todo eso. Y debe de hacerse cruces de qué tipo de despedida va a hacerle esta gente tan previsible y, a la vez, tan oculta que habita la ciudad. Una gente capaz de identificarse gustosamente con un mono de feria auténtico, pero que hoy es capaz de fabricar monos artificiales de diseño con un simple golpe de mercadotecnia y reunirlos en un aparatoso show promocional bajo una autoproclama progresista. Copito, pues, no va a perderse gran cosa. Él quedará siempre, como Gaudí, de símbolo.

Sí habrá que ir pensando en esa despedida del símbolo. El Ayuntamiento ya ha convocado -¿hacía falta?- a los barceloneses a un adiós personal, cara a cara. Muy bien. Cada cual hará lo que le plazca. Es duro decir adiós a un símbolo. Pero esta convocatoria y las características prodigiosas de la misma ciudad llevan a imaginar algo mucho más heavy. ¿Bastaría una capilla ardiente, un libro de firmas y un acto de homenaje con las autoridades, los dirigentes políticos y las patums en primera fila? Imagino la cola, la música, los diversos idiomas de los discursos, las banderas, las caras compungidas y los empujones para salir en la tele que el acto produciría entre los que aspiran a recoger la antorcha de Copito, su capital simbólico. Es fácil de prever: al adiós a Copito ya está en la agenda promocional. Ésa será su herencia visible.

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