_
_
_
_
_

A tumba abierta

Fosforescencias, una muestra en Granada de trabajos de José Guerrero realizados entre 1968 y 1972, a su vuelta de quince años en Estados Unidos, propone un viaje a través de la abstracción y el color.

La obra de numerosos pintores del siglo XX ha ido marcada por sus desplazamientos. El caso de José Guerrero (Granada, 1914-Barcelona, 1991) es paradigmático. En la exposición que recoge sus trabajos realizados entre 1968 y 1972 podemos comprobar que el viaje está también condicionado por las vicisitudes de un cierto tipo americano. Cuando el pintor utiliza las fruslerías de su entorno cotidiano (shopping bags, cerillas), invita al espectador a una travesía por la abstracción y el color para devolverle a la estación de la experiencia común. Podemos ver en sus cabezas de fósforos las arquitecturas del Museo de la Civiltà Romana, nichos que guardan las heridas del estudio, cabezas recluidas que evocan las profundas sombras de los pórticos deslumbrados por el sol mediterráneo, yemas de los dedos que apuntan a un negro motherwelliano, la violencia implícita del marco que se recoge sobre sí mismo...

FOSFORESCENCIAS Y OTROS OBJETOS COTIDIANOS. 1968-1972

Centro José Guerrero

Oficios, 8. Granada

Hasta el 5 de octubre

En 1965, Guerrero volvía a España después de quince años de estancia en Nueva York. El pop barría de la escena a los expresionistas, pero Guerrero supo entender que la eficacia de los signos, su capacidad asociativa para transmitir emociones, era el camino que le debía guiar a un refinamiento y elegancia mayor en la pintura de la naturaleza humana. Cuatro años en contacto con el grupo de Cuenca y El Paso alimentaron su obra y la cargaron de fuertes recuerdos de los paisajes de su niñez. Testimonio de esa época es el óleo La brecha de Víznar (1966), un impresionante paisaje pintado de sangre y tragedia, "que significó el reencuentro con la cultura urbana y sobre todo la inmersión en un periodo marcado por una mayor experimentación. Su estancia en España había culminado en una obra más serena, más condensada, lejos del gesto desbordante propio del expresionismo", como asegura en el texto del catálogo la comisaria de la muestra y directora del centro, Yolanda Romero.

Fosforescencias muestra la rotundidad de aquellos años. De la materia inanimada de una cerilla, Guerrero extrae toda la humanidad de la que es capaz, su pincel busca entre los ritmos del color la contundencia de columnas, arcadas, pilares, vallas, pilas de madera. Son juegos horizontales y diagonales, como en una lucha de sable frente al espejo. También hay una sexualidad contundente en estos paisajes de fuego, que nunca prenden pues se quedan en la pura formalidad, como si el pintor, que no actúa como voyeur, se mostrara fascinado por la diferencia de los cuerpos que nunca son el propio.

Junto a un grupo de piezas "menores", assemblages hechos con bolsas de plástico, tela o papel -con sus formas reducidas a arcos y campos de color-, destacan estas telas personalísimas de Guerrero en torno al motivo de la cerilla, un homenaje del pintor a Rothko, cuyo suicidio, en 1970, le conmocionó como si hubiera visto un sarcófago abierto y del que extrajo su inspiración para liberar el marco de su servidumbre. Lo equivoco y lo inequívoco, colores cremosos y rotundos, espacios palpitantes e indeterminados se encuentran felizmente plasmados en Acrópolis, Necrópolis, Black Arches y Penitentes. Son también desafíos hechos con humor, que invitan al espectador a entrar en unos orificios de donde casi es imposible salir sin un ligero gusanillo de excitación.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_