_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Noticia bomba

Con Franco los españoles vivíamos todos en una casa cuartel, pues para el caudillo generalísimo la organización social más perfecta era la cuartelera, regida por la disciplina castrense, estrechamente codificada y reglamentada hasta el detalle más chusco, sin lugar para la espontaneidad o la imaginación. La España de Franco era un país castrense y castrado, el patio de un enorme cuartel con treinta millones de reclutas. Sólo faltaba poner en cada paso de frontera la cartela con el "Todo por la Patria" para avisar a los incautos viajeros en qué clase de nación estaban entrando.

En Madrid, ciudad capitalísima, y sus alrededores se multiplicaban los cuarteles y los acuartelamientos y los militares sin graduación que estaban por todas partes, conservaron durante mucho tiempo el privilegio de acceder gratuitamente a los espectáculos públicos siempre que fueran correctamente uniformados. La moda del país venía en tonos, caqui militar, negro luto y gris ratón, uniformes y sotanas poblaban las calles de la ciudad y eran frecuentes los besamanos sacerdotales y los saludos castrenses a cada vuelta de la esquina de tal forma que resultaba imposible abstraerse y olvidarse siquiera un minuto de que vivíamos en un país católico y militarizado, una excepción totalitaria que avergonzaba a Europa y generaba terribles complejos de inferioridad a los españolitos que salían al extranjero.

Tras la muerte del déspota y el desmantelamiento de su régimen, el país se fue desmilitarizando, los objetores empezaron a objetar y las pintadas de "Vivan los quintos del..." dejaron su sitio a las proclamas de insumisión. Los insumisos siguieron frecuentando las cárceles durante algún tiempo, pero los quintos de las últimas hornadas ya no celebraban con tanto entusiasmo etílico su llamada a filas. En Madrid, los cuarteles se fueron quedando vacíos, desaparecieron los centros de instrucción y reclutamiento y los inmensos acuartelamientos y dependencias del Ejército en la zona de Campamento se convirtieron en inquietantes polígonos fantasma erizados de garitas y alambradas. Los tiburones de la especulación inmobiliaria empezaban a babear ante la tajada que más pronto o más tarde iba caer en sus manos, mientras los vecinos de los barrios cercanos a los grandes edificios militares comenzaban a preocuparse por la que les venía encima. Este verano, sin ir más lejos, un vecino de Alcorcón, atrapado en un atasco de la carretera de Extremadura tuvo una visión futurista y apocalíptica: los cuarteles deshabitados de la zona habían dado paso a grandes torrres y compactos edificios de viviendas que además por su aspecto no parecían muy sociales. El nuevo barrio nacido sobre los patrióticos solares de los cuarteles vomitaba a diario miles y miles de vehículos sobre las congestionadas autopistas cercanas y para solucionar el aparcamiento las autoridades estaban planeando la construcción de un enorme aparcamiento subterráneo bajo la Casa de Campo de la que se cortarían todos los árboles que estuvieran enfermos, casi todos, pues el arbolado de la Casa de Campo sería ya por esa época uno de los más estresados del mundo. El Apocalipsis soñado por este urbanícola, llegará pero con cuentagotas, hoy cambiamos un cuartel por dos helicópteros de combate y mañana pignoramos un regimiento de caballería y nos compramos un submarino también de combate, poco a poco para que nadie se alarme y para que el mercado inmobiliario no termine por explotarnos de golpe en las narices. Nadie sabe, debe ser secreto militar, para qué necesita el Ejército español tener submarinos de combate, si los últimos que teníamos se fueron al desguace sin haber disparado un solo torpedo en una guerra de verdad. Un día de éstos nos explicarán que los submarinos de combate son utilísimos para misiones de paz subacuáticas, aunque para casos como el del Prestige tengamos que seguir alquilando batiscafos por ahí fuera.

Aunque sea de efecto retardado, la mayor arma de destrucción masiva que posee el Ministerio de Defensa en estos momentos es esa enorme bomba inmobiliaria que de ser liberada produciría devastadores efectos en el mercado de inmuebles sin producir ningún beneficio social, todo a precio libre, que hoy el mercado de armamento también está por las nubes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_