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ARTE Y PARTE
Columna
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Conflictos territoriales en Cataluña

Ahora que casi ningún político habla de política porque las preocupaciones electorales y los chismorreos no les dan tiempo para ello, se agradece la publicación de un libro en el que un grupo de técnicos jóvenes escriben con visión política sobre una serie de problemas concretos: 16 conflictos territoriales en Cataluña que van del campo de golf de Torrebonica a la línea eléctrica de Les Gavarres, de la estación de esquí de Baqueira al trasvase del Ebro, de la petroquímica de Tarragona al barrio de La Mina. El libro ha sido dirigido por el geógrafo Oriol Nel.lo y su título, Aquí, no! (Empúries, 2003), ya indica que la mayor parte de estos conflictos parten de la oposición de los usuarios del territorio afectado por cambios importantes o desasistido por la Administración. Aparte de esos 16 análisis, el libro establece unos criterios generales ante la frecuencia de estos fenómenos.

Se recuerda, ante todo, la lógica de una fuerte reivindicación de la identidad local en estas épocas de globalización: la defensa y la garantía de los recursos locales es lo que permite entrar en competencia para asegurar adecuados asentamientos globales. Por lo tanto, la voluntad de intervención y hasta de exigencia programática hay que entenderla como un hecho positivo e incluso indispensable.

Las causas de los conflictos entre la población y los agentes activos -públicos o privados- son muy diversas. Hay que estudiarlos en cada caso y no todos provienen del egoísmo de una colectividad que rehúye cualquier alteración de su estatus y de su situación acomodaticia. No se puede negar que ese insustancial egoísmo está presente en algunos de los conflictos, lo que los americanos han llamado el not in my back yard (NIMBY). No aceptar que una transformación colectiva -si es, realmente, una mejora- afecte a los entornos privados puede ser una actitud gravemente insolidaria y, por lo tanto, repudiable. Pero parece que el puro egoísmo no es demasiado general y que, a menudo, incluso algunas contestaciones que empezaron con ese tono han derivado generosamente hacia consideraciones políticas más generales. Por ejemplo, las protestas contra el trasvase del Ebro han conducido a la discusión sobre una nueva política del agua.

Aparte del NIMBY, las protestas se originan por la apreciación de un cierto error en la propuesta de transformación y por una deficiente comunicación o una insuficiente previsión por parte de los agentes que la promueven. A veces se ha dicho que esta insuficiencia proviene de una falta de planificación general. Y eso no es cierto porque Cataluña es un caso excepcional donde el 80% de los municipios tienen planes aprobados. Claro que se trata de unos planes municipales que no sólo han sido incapaces de evitar la destrucción de los paisajes y las periferias urbanas, sino también inútiles a la hora de precisar y defender las transformaciones territoriales de ámbito más general.

Lo que ha faltado son planes específicos para cada una de las siete regiones que explicasen aquellas transformaciones dentro del contexto político de toda Cataluña. Parece que algunos de esos planes existen, pero -con la excepción del de las tierras del Ebro- están todos guardados en el inmenso armario burocrático, esperando la aprobación por el Parlament de la Ley de Política Territorial. Cuando salgan del armario ya estarán desfasados y sólo se podrá comprobar que también en su época eran insuficientes, estaban mal enfocados o no tenían la debida carga política.

No hay que dar un tono sistemático a las distintas causas de cada contestación, sino a la dinámica con que se producen y evolucionan. El problema fundamental que se analiza en la introducción del libro es que las llamadas "plataformas" no encuentran un adecuado camino de intervención y, a menudo, acaban abanderando un apoliticismo radical porque no se sienten incluidas en el normal debate político. Como dice Luigi Bobbio, "pueden ser vistas, al mismo tiempo, como una señal del renacimiento de la democracia de base (...) o como la amenazadora manifestación de la antipolítica".

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Oriol Nel.lo propone modificar esa dinámica ofreciendo otros caminos para la eficacia participativa, un programa político que concretar desde una nueva Administración. Por un lado, habría que encauzar las propuestas de las plataformas -una vez comprobada su legitimidad representativa- en un diálogo normalizado y lograr que dejaran de ser locales, reactivas, monotemáticas, apolíticas y ainstitucionales, y se propusieran ser multiescalares, proactivas, comprensivas, políticas y relacionadas con las instituciones. Por otro lado, las administraciones deberían situarlas en un proceso político normal que pudiera considerar esas contestaciones como naturales participaciones en un sistema democrático abierto: la base para lo que Nel.lo llama una democracia "deliberativa". Una democracia que viniera a corregir -y no sólo en cuestiones territoriales- la pantomima de un sistema liberal cuyo potente intervencionismo se justifica sólo por las prebendas y la corrupción.

Los análisis y las conclusiones de Aquí, no! son más complejos y, por lo tanto, imposibles de resumir en este artículo. Hay que leerlos directamente y, además, integrarlos en un contexto de política general. Un contexto que, como he dicho al principio, se adivina mucho mejor en los estudios de estos técnicos -geógrafos, juristas, politólogos y ambientalistas- que en las manifestaciones de los políticos que están ahora preparando las elecciones.

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