Credibilidad
Las empresas y los empresarios valencianos se merecen unas organizaciones e instituciones estables, honorables, independientes y eficaces. La última polémica suscitada en el seno de la Confederación Empresarial Valenciana en torno a una operación de venta del inmueble que ocupó la antigua sede de la CEV, ha dejado entrever que las aguas bajan turbulentas en el mundo empresarial valenciano.
Quienes tienen experiencia en estos temas empresariales saben que las tensiones no son nuevas y en gran medida están motivadas porque no se acostumbra a cerrar las crisis definitivamente y con todas las consecuencias.
Una organización empresarial que, por otra parte, ha de tener una trayectoria ejemplar e intachable, debe ser ante todo la casa de todos sus asociados y de todos aquellos que, sin serlo, podrían integrarse en ella. Es a su vez interlocutor con las administraciones y con los agentes sociales. Para desarrollar adecuadamente su función no cabe sobre ella la menor sombra de descrédito. Por el contrario ha de tener una imagen impecable para poder reivindicar y exigir ejemplaridad en los comportamientos públicos y privados.
La trayectoria de la CEV, que para algunos es entrañable, ha estado salpicada por acontecimientos e incidentes que no se salen demasiado de lo normal en su sustancia pero que habitualmente se han descontrolado los procedimientos.
Hay algo muy importante que en este caso reciente, y en los otros más distantes, se tendría que haber salvaguardado y es la imagen de la organización que, se quiera o no, representa a la mayoría del empresariado valenciano con capacidad de influencia.
No es momento de entrar, como es lógico, a opinar acerca de unos acontecimientos que, en principio, incumben exclusivamente a sus protagonistas, pero los empresarios valencianos, en su mayor parte ajenos a la polémica, se sienten contrariados y preferirían que las cosas hubieran ocurrido de otra manera y en cualquier caso con mayor discreción.
Ese episodio salpicado de tensiones y enfrentamientos broncos debe cambiar de rumbo. Los empresarios, como muchos colectivos de referencia, son tan importantes, que nadie puede permitirse el lujo de poner en entredicho su credibilidad, sin que se resientan de algún modo los cimientos de la sociedad civil. Forman parte del entramado de interlocutores sociales que permiten generar riqueza y posibilitan crecimiento y progreso.
Detrás de las polémicas y los enfrentamientos han existido puntualmente inconfesables ambiciones o intentos desestabilizadores para salvaguardar no se sabe qué posiciones de poder.
En este caso que nos ocupa, se parte de una etapa que se inició en 1996 a partir de un escándalo, cuya crisis se cerró en falso y en el que ya resulta difícil esclarecer responsabilidades. Los últimos años han sido duros para la CEV y se han sobrellevado con dignidad y entereza. Desde este punto de vista su gestión merece comprensión y respeto, aunque la discrepancia sea legítima. Hay otra forma mucho más sensata y elegante de hacer las cosas. Los representados y los equipos directivos están obligados a respaldar a sus líderes sobre todo en los momentos difíciles. Tiempo habrá de poner las cosas en su sitio sin que se resienta la credibilidad.
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