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Reinicio

Enrique Gil Calvo

El desenlace de la operación sucesoria que ha designado a Rajoy como nuevo candidato a presidente del Gobierno por parte del Partido Popular ha significado un punto de inflexión en el proceso político español, cuya continuidad se ha roto para iniciarse a partir de aquí una nueva secuencia cualitativamente distinta de la anterior. Este efecto de puntuación, corte o découpage, que impone la necesidad de cambiar el paso, estaba sin duda previsto por el guionista que diseñó la estrategia sucesoria, cuyo famoso cuaderno azul se parece cada vez más al story board de una trucada película de suspense cargada de sorpresas, que sólo buscan cambiar las expectativas del espectador. De ahí que tanto la crítica especializada como el público aficionado hayan respondido aplaudiendo con rara unanimidad el éxito de la operación.

Es verdad que por un obligado tributo a la moral democrática se han formulado protestas verbales por la metodología dictatorial con que se ha producido la designación del elegido. Pero esas críticas al procedimiento han parecido más hipócritas que otra cosa, pues leyéndolas entre líneas se adivina una mal disimulada envidia por el inesperado éxito y la indudable eficacia con que se ha completado el experimento sucesorio. Lo cual revelaría un cierto cinismo por parte de los comentaristas, que se rinden ante la evidencia de que en política el fin justifica los medios. Pero también podría manifestar una clara sensación de alivio, al librarse por fin de un liderazgo tan odioso y antipático como ha sido el de Aznar. Aunque en esto quizá se equivoquen como espectadores, pues el flemático Mariano parece un personaje menos interesante que el excesivo Josemari. Por eso puede que algún día llegue la hora de pensar que también contra Aznar se vivía mejor.

Y si la crítica se ha mostrado ambigua con la película sucesoria, lo mismo ha hecho el público espectador, cuya ambivalencia moral está llamando poderosamente la atención. En efecto, las encuestas de opinión que se han publicado estos días han demostrado una duplicidad sorprendente. De un lado, la mayoría de los encuestados (60%) cree que Aznar engañó a los ciudadanos sobre la guerra contra Irak, y rechaza abrumadoramente (70%) la participación española en las tropas ocupantes. Pero al mismo tiempo, una mayoría de encuestados (50%) aprueba la gestión de Aznar como presidente del Gobierno, confirmando abrumadoramente su acierto al elegir a Rajoy como sucesor (pues el 60% espera que venza a Zapatero). ¿Cómo se puede entender tan flagrante contradicción del público español?

Algunos intérpretes lo explican como una prueba adicional del cinismo político que manifiesta la cultura política española de origen latino, bien dispuesta a tolerar la impunidad de los gobernantes a cambio de panem et circenses, cuyo peor ejemplo es el caso Berlusconi. Pero también cabe interpretarlo como un efecto óptico debido al cambio de perspectiva que ha supuesto la película sucesoria, tal como señalé al comienzo. Y este efecto Rajoy residiría no tanto en el factor sorpresa como en el inicio de una nueva secuencia que sólo se abre ahora, repartiéndose entre agente y principal el doble papel del policía bueno y el policía malo. Así se cultivaría la ambivalencia moral del público, facilitando que se vote al nuevo candidato amable para que continúe aplicando la odiosa política del gobernante antipático. Una vez más, es preciso que todo cambie para que todo siga igual.

Parece probable que a medio plazo -a tiempo de las próximas elecciones generales- este cambio de candidato gubernamental tenga éxito si logra convencer al espectador desprevenido, aunque no sé si alcanzará la mayoría absoluta a la que le ha emplazado el despechado Mayor Oreja. Pero a más largo plazo cabe ser escépticos, pues cuando el bueno de Rajoy ocupe La Moncloa podría ser incapaz de mantener la excéntrica política de su patrón Aznar, que necesitará intervenir para corregirle y defenderle de quien se lo reproche. Y entonces los espectadores quizá dejen de creerse la película que ahora se les ha contado.

José María Aznar y Mariano Rajoy, con sus respectivas esposas, ayer, en el mitin del PP en Madrid.
José María Aznar y Mariano Rajoy, con sus respectivas esposas, ayer, en el mitin del PP en Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ
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