_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Políticos

Si nuestros políticos fuesen estudiantes, habrían suspendido en septiembre, pero tal vez es pronto para concluir que son una calamidad. Es cierto que a lo largo del verano han desfigurado los ejercicios de intenciones que el ciudadano acogió con una indulgente expectación. El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, abrió en el arranque del mandato perspectivas a una orientación del autogobierno con sentido del futuro y de la tradición, prometió dar una oportunidad al debate parlamentario e incluso se atrevió a poner las cosas en su sitio ante los seguidores de su predecesor, Eduardo Zaplana. Si embargo, en unas semanas ha emborronado su papel con todos esos aspavientos demagógicos de disciplinado cargo público del PP frente a la propuesta de avance en el modelo autonómico de los socialistas y de Maragall. También en la cultura, en los temas candentes urbanísticos y de patrimonio, en la enseñanza y en otros ámbitos del poder su caligrafía prometedora vacila hacia la confusión. Por su parte, el jefe de la oposición, el socialista Joan Ignasi Pla, que descartó el autoengaño tras la derrota electoral, prometió trabajar más en clave sectorial y social que en clave orgánica y anunció cambios de cierto calado, parece ser víctima de ese viejo virus del partido que invita a sus dirigentes a rehuir asuntos polémicos en beneficio de no se sabe qué. La sensación de permanente rectificación, cuando no de sospecha, por ejemplo en la lucha contra la especulación urbanística, y el runrún de componendas entre cazadores de cargos orgánicos que emite su agenda minan la moral de quienes esperan una alternativa eficaz. Comparaba Jardiel Poncela a los políticos con los antiguos cines de barrio, donde te cambiaban el programa sin avisar. Apenas comenzada la legislatura, es pronto para sentirnos defraudados. Sin embargo, tendrán que esforzarse este curso los políticos valencianos en demostrar que, tanto el componente racional y pragmático como el subjetivo y pasional, irreductible a la predicción, forman parte de sus virtudes de líderes; que no son, en fin, sucedáneos derivados de la proletarización del talento mediante la disciplina y la mediocridad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_