Aumentar la sensibilidad
ESCRIBO AQUÍ sobre algo de la literatura latinoamericana y la argentina en especial, que me ha impactado. Antes quisiera explicar mi posición excéntrica a aquella literatura; no soy argentina. Nacida entre la cultura japonesa y la occidental, me crié y me formé académicamente en Estados Unidos. Ya adulta, me trasladé a Buenos Aires, donde me dediqué a escribir en castellano. Mi oído será más ingenuo, pero tal vez menos prejuiciado también.
Es como mudarse a vivir a un edificio nuevo, pero sin luces, donde va confiado a instalarse, porque vio los planos arquitectónicos. Ya dentro, se va a tientas hasta que al final se acomoda. Recién cuando llega la luz, toma conciencia de lo que ha ido conociendo, de un modo adormecido. De pronto se perciben las ventanas, y te das cuenta de que hay una vista maravillosa. Uno empieza una segunda vuelta de pensamientos dentro de ese espacio, y la experiencia de vivir allí se agudiza.
A propósito de Respiración artificial, de Ricardo Piglia, y El carapálida, de Luis Chitarroni
La metáfora describe mi aprendizaje al leer las obras que aquí recomiendo: Respiración artificial, de Ricardo Piglia, y El carapálida, de Luis Chitarroni. Recién al tiempo de haberlos leído, comprendí lo impactantes que son. Considero que representan lo mejor de una muy rica tradición literaria, la argentina, y ofrecen una resonancia universal, inquietante y productiva.
A Piglia lo leí por estudios. Luego asistí a un seminario con él y pude traducirle un par de obras. A Chitarroni lo leí por una casualidad: gané un segundo premio bajo seudónimo en un concurso universitario, y Chitarroni me contactó como editor. Le entregué más textos y fui a un taller que él dirigía con Daniel Guebel. Cuando leí sus libros, entendí que su precisión y delicadeza como editor y profesor venían de una extraordinaria capacidad como escritor.
Los describiría como maestros en el sentido japonés de la palabra sensei. Se refiere tanto al que instruye en un aula como al que realiza su arte o disciplina de manera ejemplar con tal de alentar a los demás a esforzarse y producir. Además, el término se aplica al que representa lo mejor de una cultura: a quien incentiva el aprendizaje y al que promueve el aprecio por la cultura o el arte de manera integral. Debe saberse ya que Piglia ha escrito más de seis libros de narrativa, cuatro de crítica y ensayo, que ha ganado el Premio Casa de las Américas (por La invasión, 1967), el Planeta Argentina (por Plata quemada, 1997) y el Bartolomé March 2001 (por el libro de ensayos Formas breves, 1999). La novela de la que quisiera tratar aquí es Respiración artificial. Muchas veces nombrada como una de las más representativas de la nueva narrativa argentina. La experiencia de leerla fue de una riqueza particular: es un libro que tiene una complejidad conceptual en la estructura, pero uno se da cuenta de eso después, como una especie de iluminación tardía. Durante la lectura, uno es atrapado por la inmediatez cruda y palpable que Piglia logra con los personajes. El argumento se va revelando en una narración que balancea la credibilidad y la duda hasta revelar la mentira como parte fundamental de la construcción de la verdad propia. Además Piglia no deja de lado lo político-social ni tampoco las influencias literarias.
El otro libro a destacar es El carapálida, de Chitarroni (Tusquets, 1997). Se podría decir que pertenecen a generaciones distintas (Piglia nació en 1941 y Chitarroni, en 1958), y desarrollan técnicas diferentes. Aun así ofrecen algo similar que trasciende las divergencias. Tal vez sea la destreza de lograr un argumento tan pertinente a un momento específico y argentino, y simultáneamente poder apelar a lo universal, provocar una reflexión más amplia. El carapálida parte de una foto escolar, y de la introspección que hace uno sobre el pasado lleno de enigmas a esclarecer, a veces con resonancias alegóricas, entre ellos el de la muerte accidental de uno de los estudiantes.
Como en la novela de Piglia, el lector lee fascinado por la trama particular, los motivos y los movimientos de personajes tan inconfundibles como si fueran los ex compañeros o los vecinos de uno mismo hoy. Mientras tanto, ambos libros ofrecen una segunda dimensión que ilumina otro nivel de pensamiento sobre las experiencias y las historias que contamos sobre ellas. La lectura con libros como estos invita a un pensar creativo sobre la experiencia propia. Es que, en estos casos, leer aumenta la sensibilidad y alienta el cuestionamiento. Por esto quería mencionarlos aquí, lejos de casa.
Anna-Kazumi Stahl (Luisiana, Estados Unidos, 1962) es autora de la novela Flores de un solo día (Seix Barral).
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