_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Si fuera Harry Potter

Después de hacerse aquella extraña pregunta, Juan Urbano cerró los ojos y esperó, como quien pone la oreja sobre las vías para oír si se acerca el tren. Pero lo cierto era que la respuesta no llegaba, o al menos le venía muy despacio, lo mismo que si subiera hasta su mente en un montacargas más lento que la lengua de Ana Palacio. La pregunta era ésta: ¿qué haría yo si tuviese el poder de la magia? ¿Qué cambiaría, qué haría desaparecer, a quiénes transformaría en qué cosa?

Se había hecho esa pregunta después de oír en la radio que le acababan de otorgar el Premio Príncipe de Asturias a la novelista J. K. Rowling, la autora de los libros de Harry Potter. Juan Urbano había leído los libros de Harry Potter, como casi todo el mundo, y le gustaban mucho. Naturalmente, no es que pensase que Rowling fuera Charles Dickens, pero le agradaban sus obras y ella le caía bien, con su increíble historia de cuento de hadas: ya saben, todo eso de que era una mujer en paro y en la ruina a la que de pronto, una tarde, se le ocurrió escribir las aventuras del niño mago y, gracias a eso, se había convertido en una de las personas más ricas del mundo, alguien que ganaba, cada año, siete veces más dinero que la reina de Inglaterra. Pensándolo bien, J. K. Rowling no era Dickens, pero podría haber sido perfectamente uno de sus personajes.

Al oír la noticia, Juan Urbano se había alegrado, en parte por J. K. Rowling y en parte porque, hasta ese momento, todo lo que aquella mañana había leído en los periódicos o visto en la televisión era deprimente: espantosos atentados suicidas, judíos que se habían vuelto nazis o la muerte, a los ciento un años, de la directora de cine Leni Riefenstahl, que había sido amiga y protegida de Hitler, pero no había sido fascista, o sea, para que nos entendamos, lo mismo que, aquí en España, escritores como Cela, Luis Rosales, Panero, Torrente Ballester y tantos otros, en realidad no fueron franquistas, ¿no?, sino no sé sabe qué. Como decía Groucho Marx en una de sus películas, hablándole primero a otro personaje y luego a la cámara: "¡Está clarísimo! Que me aspen si lo entiendo".

El caso es que Juan se alegró del Premio Príncipe de Asturias a Rowling y luego se puso a pensar en qué haría él si fuese Harry Potter. "Por ejemplo, a Madrid", se dijo. "¿Qué le haría yo a mi ciudad, para empezar". Se le vinieron a la cabeza, ahora sí, un montón de ideas, tantas que no era capaz de distinguirlas, ideas que zumbaban como abejas en un panal. Poco a poco las fue poniendo en orden. Cerró los ojos y emprendió su tarea.

Para empezar, a los tránsfugas del PSOE, ese reptil de dos cabezas llamado el Tamayosáez, los transformó con su varita en un par de alcornoques. Dos alcornoques oscuros y fúnebres en los que no querían posarse los pájaros, ni grabar corazones los novios, ni orinar los perros. Al pasar los años, los alcornoques fueron talados y su madera se utilizó para hacer tapas de retrete.

En segundo lugar, Juan Urbano le dio una casa vacía de las muchas que había en la ciudad a cada persona que la necesitaba y, cuando sobró sitio, transformó en bosques todos los edificios construidos por los especuladores en zonas verdes recalificadas. Había que verlo, miles de metros cuadrados de ladrillos hechos pinos, sauces, álamos... Un montón de concejales y constructores de todas las épocas y todos los partidos, todos aquellos que no habían sido honrados y habían destruido la ciudad para construir sus fortunas, se volvieron montones de tierra negra y esos montones fueron mezclados con abono y echados en los nuevos parques y jardines.

Después, Juan tocó con su varita el suelo de la Casa de Campo y todas las prostitutas que vivían allí explotadas por los miserables, tanto por los que las cobraban como por los que las pagaban, aparecieron de pronto en sus casas de Bogotá, Moscú, Santo Domingo, Valencia o Bucarest. Todas tenían un trabajo digno. Sus proxenetas fueron transformados en balletas de fregar.

Juan Urbano abrió los ojos. "¿Y ustedes?", dijo, volviéndose hacia todos nosotros, "¿qué harían ustedes si fueran Harry Potter?".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_