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El triunfo de una televisión no autonómica

Al hilo de la celebración de sus primeros 20 años, se nos pregunta a menudo cuáles son las claves del evidente éxito de una televisión autonómica como TV-3. El éxito del modelo no parece discutible: liderazgo estable de audiencia en Cataluña, basado en unos informativos de referencia que son permanentemente los más vistos y los más creíbles, y en un peso muy importante de la producción propia de ficción y de los formatos televisivos innovadores. No es normal que una televisión autonómica sea líder en su territorio, referencia informativa y la primera productora de ficción del Estado y la décima de Europa. La respuesta, para mí, es que la clave del éxito de TV-3 -y de Catalunya Ràdio, en su campo- es precisamente que no es una televisión autonómica. Que el modelo adoptado, la concepción profesional, la apuesta institucional, la relación con el propio público, no corresponde a lo que se podría llamar genéricamente una televisión autonómica, sino a una televisión nacional.

No hay en esta frase ningún menosprecio a las televisiones autonómicas, como tampoco lo hay hacia las locales o hacia las comarcales. Cada televisión es hija de su propia realidad. Incluso entre las televisiones asociadas en la Forta existen modelos distintos, porque las realidades y las aspiraciones son objetivamente distintas. TV-3 -y todo el complejo de cadenas de radio y televisión de la Corporación Catalana de Radio y Televisión- no es en este sentido una televisión autonómica porque sus profesionales no lo han querido, porque las instituciones han apostado por otra cosa, pero sobre todo porque en el sentido estricto Cataluña no es una comunidad autónoma. La realidad de Cataluña no se habría conformado con una televisión folclorizante, antropológica -por usar el término que Calviño convirtió en clásico- o subsidiaria. La realidad lingüística, cultural y social de Cataluña exigía otro modelo de televisión, completo y ambicioso, innovador y solvente. Y TV-3 y Catalunya Ràdio han tenido éxito en la medida en que se han ajustado a esta demanda. Es el país el que ha dictado el modelo a su televisión y a su radio públicas. Y es el país el que se ha reconocido y se ha sentido orgulloso de este modelo.

Por decirlo así, TV-3 es como es porque Cataluña es como es. Porque Cataluña tiene un tipo de consumo televisivo diferenciado, porque hay un sistema de valores, una estética, incluso un sentido del humor propios, que se reflejan en el comportamiento ante el televisor. Hay cosas que TV-3 es casi la única televisión que no hace -y en una programación televisiva las renuncias son tan interesantes como las apuestas-, simplemente porque la sociedad catalana no se lo permitiría. Hay valores que son reconocidos a TV-3 -el pluralismo, la credibilidad de sus informativos, el rigor, la seriedad-, en buena parte porque una sociedad como la catalana no admitiría otra cosa.

Es esta sintonía entre una oferta diferenciada y una demanda diferenciada lo que permite que TV-3 sea vista como la televisión propia por un público que no tiene inconveniente en moverse por toda la oferta televisiva, pero que en los momentos de la verdad, la información, los servicios, sabe cuál es la suya. En estos momentos, cuando la lengua no es un obstáculo a la hora de escoger programación televisiva, pocos catalanes miran ya solamente TV-3. Pero no hay bolsas significativas de catalanes que no miren nunca TV-3. Y cuando los ciudadanos han de escoger la cadena donde informarse -de los incendios del verano, de las elecciones o del tiempo meteorológico, pero también de la guerra en Irak-, escogen de una manera muy mayoritaria TV-3.

Ciertamente, esta traducción de las demandas del público a una oferta televisiva adaptada y de calidad ha sido posible gracias al trabajo de los profesionales. De muchísimos profesionales de sensibilidades diversas, incluso de estéticas diversas, que a lo largo de 20 años han aportado talento e intuición ala programación. El éxito de TV-3 no es sólo ser líder de audiencia durante los últimos 14 meses, ininterrumpidamente. El éxito es serlo con un modelo de televisión propio. Y entender que este modelo, basado en la lengua propia, no es un pasivo para la cadena, sino su máximo activo.

Creer que el éxito de una cadena nace de su capacidad de sintonizar con su público exige dos presupuestos conceptuales que para mí son básicos. Primero, no menospreciar al público. A veces, en las críticas a un criterio que valore la audiencia televisiva, lo que hay es un cierto menosprecio del público: si lo mira mucha gente, no puede ser bueno. Creer que el público es inteligente y tiene un criterio sólido es lo que puede llevar a programar series sobre historia de Cataluña, ficciones a partir de la obra de Mercè Rodoreda o reportajes de primer nivel en horas de máxima audiencia, y ser líderes.

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El segundo presupuesto ideológico es que la televisión no es un instrumento. Hay quien, desde una cierta displicencia hacia el lenguaje televisivo, cree que la televisión sólo se justifica desde un punto de vista utilitarista, que sirve para objetivos, que es un sello que impone maneras de ver las cosas a esta plastilina blanda que es la opinión pública. Personalmente, no comparto en absoluto esta concepción utilitarista. La televisión no puede inventar un país. Esto se ha dicho de TV-3 para bien y para mal y no me parece cierto: TV-3 no crea Cataluña, es Cataluña la que crea TV-3. Una televisión no es ni instrumento ni estrictamente espejo. Una televisión es una forma de expresión de una realidad. TV-3 es expresión de la realidad catalana, y a partir de aquí la relación es dialéctica, construye realidad y expresa realidad. Precisamente por eso TV-3 no podía ser una televisión autonómica. Precisamente por eso debía ser una televisión nacional. Precisamente por eso ha tenido éxito.

Vicenç Villatoro es director general de la CCRTV.

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