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Reportaje:FUERA DE RUTA

Una ciudad contra los atascos y el estrés

La diversidad étnica y el respeto por el medio ambiente definen a Sidney

Miquel Noguer

Los relojes de Sidney se pusieron a cero el año 2000. Bajo la atenta mirada del mundo, la capital no oficial de Australia, la metrópoli más azul de cuantas hay en la tierra, vivió aquel año sus Juegos Olímpicos y logró hacerse un hueco en el imaginario colectivo. La ciudad del puente sobre la bahía, de los surfistas desenfadados y de la fotogénica Opera House conseguía así afianzar su puesto en la codiciada lista de las ciudades que cuentan. Tres años más tarde, esta pequeña metrópoli lucha por ser algo más que un referente en los antípodas: Sidney quiere ser la capital del hemisferio sur.

En opinión de muchos ya lo está logrando. Al calor de las inversiones olímpicas, el que fue el primer asentamiento blanco en Australia se ha convertido en mucho más que una capital de moda. Desde la playa de Bondi hasta el parque olímpico de Homebush Bay, pasando por el bullicioso Circular Quay -Circular Ki para los australianos-, la ciudad desborda juventud, tolerancia y buena salud. Sus cuatro millones de habitantes se sienten orgullosos de vivir en Sidney. Saben que viven en un lugar muy especial, bajo un cielo de un azul radiante, donde comenzó la historia moderna de Australia y en el mismo sitio donde ahora cicatrizan las heridas del brutal exterminio aborigen.

Más del 30% de sus residentes no han nacido en Australia. Cosmopolita y original, la diversión y los placeres de las cocinas asiática y europea se funden en Circular Quay, Oxford Street y Glebe.

El clima nunca es malo en Sidney. Si los inviernos son suaves, las primaveras llevan la plenitud más absoluta a unos parques desbordantes de flores, deportistas y parejas de enamorados. Claro está que los parques no lo son todo en la ciudad de la gran bahía. Cuando uno quiere aire libre no debe olvidarse de la playa. Y es que la vida está allí. Tanto en invierno como en verano: no importa la temperatura. Los australianos, al salir del trabajo, necesitan su dosis de arena. Para caminar, correr, surfear o tostarse al sol. Cualquier excusa es buena para bajar a la playa. Seguramente por esta razón el 80% de los australianos vive a un tiro de piedra del mar.

El visitante podrá comprobar esta tremenda afición a la playa nada más acercarse a Bondi, Bond-eye para los australianos. Es aquí, a escasos minutos del centro, donde los surfistas

se concentran en búsqueda de la mejor ola.

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Pero si el bullicio no es lo que anda buscando, algo más al sur la arena de Cogee bien vale una visita para ver amanecer sobre el océano. Si lo que uno quiere ver es la puesta de sol más espectacular, desde las playas de Watsons Bay se contempla el precioso skyline de la ciudad. Allí se puede llegar en uno de los entrañables ferries verdes y amarillos que recorren la bahía.

A la oficina en zapatillas

Estos barcos son, precisamente, una huella que Sidney no ha dejado borrar pese a su progreso. Los ferries tienen su base en Circular Quay, el centro neurálgico de la ciudad, acertadamente colocado entre la Opera House y el puente de la Bahía. Desde allí, y en menos de 25 minutos, uno se pone en cualquier punto del inmenso puerto.

Sin atascos, sin estrés. De hecho, estas dos palabras son poco conocidas por los habitantes de Sidney. Pese a ser una ciudad equiparable a cualquier gran metrópoli europea, al menos en extensión, las autoridades están logrando que la movilidad sea razonablemente fácil. A muchos de sus habitantes les gusta ir al trabajo nada más y nada menos que corriendo. Cientos de ejecutivos guardan cada tarde la corbata y el traje en el armario de la oficina y cruzan corriendo el puente de la bahía para ir a sus casas.

Nadie se extraña por ello. No en vano nos encontramos en una de las ciudades que más deportistas de élite ha dado al mundo. Aquí se vive al aire libre, en la playa, el parque o el campo de fútbol, pero siempre sudando la camiseta. Por esta razón el Gobierno australiano no ahorró un dólar en la construcción del anillo olímpico de Sidney, el escaparate que la capital de Nueva Gales del Sur mostró al mundo en aquel mágico octubre de 2000.

Pero nadie quiere vivir de rentas. El Ayuntamiento de la ciudad se ha propuesto aprovechar la crisis que ha afectado al Sureste asiático en los últimos años para convertirse en el referente de la región Asia-Pacífico.

Efectivamente, Sidney mira a Londres y a Los Ángeles, pero también a Singapur, Tokio, Seúl y Kuala Lumpur. Sus nuevos habitantes vienen de todos estos sitios en busca de calidad de vida, sol y un ambiente propicio para desarrollar sus ambiciones. Como los colonos que llegaron desde principios del siglo XIX buscando un futuro y los que arribaron enviados para redimir sus penas, Sidney sigue atrayendo a miles de personas cada año. Ello ha permitido que más del 30% de sus residentes sean nacidos fuera de Australia.

Chino, italiano o griego

Esta variedad étnica hace de Sidney un lugar ideal para probar la cocina oriental, latinoamericana y de todos los rincones de Europa. El chino, en sus diferentes variantes, es la segunda lengua de la ciudad. Le siguen el italiano y el griego, con lo que uno ya puede imaginar que nunca le faltará una buena trattoria o un chiringuito donde comer musaca.

Cuando llega la noche nadie debe perderse el iluminado puente de la bahía, el brillo de la city desde la Opera House o un paseo por los barrios más bohemios de la ciudad. Sidney, como toda ciudad portuaria que se precie, ha dibujado un barrio rojo en su mapa. Se llama King's Cross, un distrito donde viajeros, yuppies y prostitutas viven en armonía más que aparente y en un oasis de libertad. Más al sur, Oxford Street concentra los bares de moda y la zona gay con mucha solera. Pero si uno todavía quiere más, siempre podrá acercarse hasta Glebe o Newtown, donde bares y tabernas de todos los pelajes velan para que la ciudad no decaiga ni de día ni de noche.

La Ópera de Sidney, que domina la bahía de la ciudad australiana, es la obra maestra del arquitecto danés Jorn Utzon (Copenhague, Dinamarca, 1918), premio Pritzker de arquitectura 2003.
La Ópera de Sidney, que domina la bahía de la ciudad australiana, es la obra maestra del arquitecto danés Jorn Utzon (Copenhague, Dinamarca, 1918), premio Pritzker de arquitectura 2003.HOWARD M. SIMMONS

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicosPoblación: cuatro millones de personas. Moneda: dólar australiano (equivale a 0,60 euros). Visados: los españoles necesitan un visado de turista, que se puede tramitar a través de Internet o con la compañía aérea. Prefijo telefónico: 00612.Cómo irNo hay vuelos directos desde España. Todos los vuelos tienen una escala en Europa y otra parada en Asia.- Qantas (915 42 15 72), hasta el 31 de octubre, 999 euros más tasas.- Austrian Airlines (902 25 70 00), del 16 de septiembre al 31 de octubre, desde 985 más tasas.- British Airways (902 111 333), hasta el 31 de octubre, desde 1.019 más tasas.- Lufthansa (902 22 01 01), hasta el 8 de diciembre, 1.120 euros más tasas.Dormir- The Castlereagh Inn (92 84 10 00). 169 Castlereagh Street. Situado en el centro y cerca de la bahía de Sidney. Tiene un comedor antiguo muy bien restaurado. Habitación doble con desayuno, desde 75 euros.- Kirketon Hotel (93 32 20 11). 30 Darlinhurst Road. Muy cerca del distrito de King's Cross y accesible con la red de metro. La doble, 163.- The Original Backpackers (www.originalbackapackers.com.au y 93 56 32 32). 160 Victoria Street. Alojamiento en habitaciones dobles o múltiples. Desde 38,40 euros.Información- www.sydey.com.au.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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