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Columna
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Idiotas

Es un tipo moreno de rostro anguloso y gesto frío. En cualquier casting de cine podría obtener un papel secundario para hacer de malo. Su aire resuelto y seguro de si mismo le ayuda a pasar inadvertido en aquellos edificios con mucho trasiego de gente. La propia convicción de que sus fechorías quedarán impunes le da esa soltura que confunde a los guardas de seguridad. En el peor de los casos si alguien pregunta se hará el tonto o fingirá haberse equivocado y su intentona fallida tampoco habrá tenido mayores consecuencias. Así que el tío se cuela, curiosea por los pasillos como Pedro por su casa y termina metiéndose en el primer despacho donde pueda pillar lo que sea. Ese elemento se llevó mi chaqueta, las llaves de mi casa, las del coche, mis gafas de sol y, por supuesto, mi cartera con el dinero y toda la documentación. Una cartera que no tenía ni tres meses porque la anterior me la había robado otro tipo de ese mismo corte cuando hacía las compras de Navidad. Con el chorizo anterior ni me molesté en denunciarle porque ignoraba su identidad y enseguida aparecieron los documentos en un papelera, pero a este último le grabaron toda la maniobra las cámaras de seguridad y teníamos su cara. No más de cuatro días tardó la policía en cazarle mientras trasteaba como tantos y tantos otros individuos que pululan por el centro de Madrid acechando el patrimonio ajeno. El nuevo propietario de mis efectos personales es un chileno sin permiso alguno de residencia, con un expediente de expulsión y seis antecedentes delictivos confirmados, tres de ellos por robo con intimación. O sea que el angelito gozaba de libertad, a pesar de haber sido detenido en varias ocasiones, y disfrutaba de la hospitalidad española sin poseer un solo papel que le arrope legalmente y existir una orden expresa de que abandone el país.

El interrogatorio fue de coña. Por negar, según me cuenta el abogado, negó hasta su propia existencia y lo hizo con el mismo desparpajo con el que se metió en mi vida para llevarse todas esas pertenencias cuya sustracción te causan un trastorno y una humillación diez veces superior a su valor material.

Con todo, lo mejor es lo que vino después. Porque como aquello era un delito menor y el muchacho en realidad tampoco quería molestar, como entre sus antecedentes no había ningún asesinato, ni siquiera una triste violación, y el pobre sólo había acojonado a algún que otro transeúnte para que le facilitara el dinero que llevaban encima, la justicia consideró innecesario mantenerle por más tiempo retenido. Tampoco hubo permiso para registrar su domicilio, donde pudieran encontrarse mis legítimas pertenencias. Según parece, el intento de recuperar esas propiedades podría conculcar los derechos que asisten al señor chorizo. Se daban, en cambio, las circunstancias para poder internarlo en el Centro de Extranjeros como paso previo a su inmediata expulsión, pero fue igualmente imposible porque esa residencia estaba a tope y no le dieron plaza. Así que el tipo en cuestión, con todo ese historial delictivo contrastado, sin soporte legal alguno para residir un solo minuto más aquí, y pesando sobre él órdenes expresas de expulsión, es puesto de nuevo en libertad para que continúe robando (porque no tiene otro oficio declarado ni conocido mas que el de robar).

Ha pasado tiempo, el sapo me lo tengo bien tragado y no les cuento el caso para desahogarme. Esto, por desgracia, le ocurre a mucha gente y no suelen tener espacio en los periódicos para relatar su película. Se lo cuento porque, mientras ese indeseable sigue en la calle disfrutando tan ricamente de la protección e impunidad que nuestro sistema le otorga, conozco de forma igualmente directa a varios extranjeros que, trabajando honradamente, y sin crear el mas mínimo problema de convivencia, van a ser expulsados del país irremediablemente. El mismo aparato administrativo que le pone un abogado gratis a ese canalla para que sus derechos estén garantizados no tiene misericordia alguna con quienes viven decentemente y tratan de legalizar su situación. No puedo imaginar una política más estúpida. Estúpida y socialmente nociva porque constituye una invitación al delito, un gancho para que nos venga lo peor de cada casa y un peligroso estímulo de las actitudes xenófobas. Por ahí fuera deben pensar que somos idiotas.

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