_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El rojo y el negro

Una parálisis cerebral condenó a Rubén Gallego, nieto del comunista Ignacio Gallego, a la reclusión en orfanatos y geriátricos de la antigua URSS. Su testimonio denuncia el horror.

Antonio Elorza

Entre 1986 y 1988, con ocasión de mi paso por la presidencia provisional de Izquierda Unida, participé en varias reuniones en las que también estaba Ignacio Gallego, un veterano dirigente que en 1984 había tenido la ocurrencia de fundar, por iniciativa soviética, el último partido comunista ortodoxo de la historia, escindiéndose del PCE. Luego, ya con Gorbachov en el poder, el tal partido escapó de su condición grupuscular integrándose en IU como paso previo para que las aguas volvieran al cauce unitario. En las reuniones, el habla firme y pausada de Ignacio Gallego servía para recordarme que la causa de las masas proletarias seguía avanzando y que la emancipación de la humanidad tendría lugar bajo la enseña del socialismo. Manejaba con extrema soltura la lengua de palo propia de los hombres formados bajo el comunismo clásico y una vez pronunciada la perorata, por si uno no había quedado convencido, insistía con aparente cordialidad, ya a título personal, en la razón histórica que respaldaba a sus argumentos. Era un comunista puro y duro.

BLANCO SOBRE NEGRO

Rubén Gallego

Traducción de Ricardo San Vicente

Alfaguara. Madrid, 2003

182 páginas. 10,95 euros

Pero no es ésta la ocasión para hablar únicamente de la rigidez doctrinal y de la amabilidad del ya desaparecido líder prosoviético, aun cuando su concepción del mundo y de los hombres tenga probablemente mucho que ver con la historia que nos ocupa: el relato autobiográfico que su nieto, Rubén González Gallego, acaba de ver publicado en nuestro país con el título Blanco sobre Negro. No es una historia común, ni su protagonista es un hombre común. Rubén nace en Moscú en 1968, con una parálisis cerebral similar a la del físico Stephen Hawking, en una sociedad donde la emancipación es un mito colectivo y resulta incompatible con toda singularidad individual, sea ideológica o física, que represente una carga para el sistema. En aplicación de este principio, Rubén fue separado forzosamente de su madre con año y medio, pasando a una serie de orfanatos donde las condiciones de trato y la propia discapacidad le someten a una constante prueba de supervivencia, cerrada con el paso a un geriátrico que es un auténtico pudridero para los declarados inútiles. Por sus estudios, Rubén estaba preparado para la Universidad, pero siendo incapaz de andar estaba descartado. Es un darwinismo social llevado al extremo de la brutalidad. El caos de la última etapa de Gorbachov facilita su huida en 1990, y con ello la posibilidad de ofrecer este estremecedor testimonio "sobre una vida cruel, pavorosa y que, sin embargo, es mi infancia".

Blanco sobre Negro tiene muchos puntos comunes con I sommersi e i

salvati, de Primo Levi, sólo que ahora no estamos en un campo de exterminio, sino en una variante asistencial del gulag. El puzle de vivencias y de retratos que nos presenta Rubén Gallego, desde su casi absoluta discapacidad física, comprende la descripción de las más terribles situaciones con una economía de medios y con una carga de humanismo que las convierte al mismo tiempo en denuncia del horror y en elogio de la voluntad de vivir y de ser solidario, incluso en las más desfavorables circunstancias. Éstas se imponen casi siempre, pero sin anular el esfuerzo por sobrevivir de quien se sabe condenado si baja en un momento la guardia en su lucha u olvida buscar el menor apoyo material o humano.

Volvemos al principio. Poco tiempo antes de ser enviado al geriátrico en 1986, Rubén ve en la televisión a su abuelo, secretario del PCPE, en una ceremonia con Gorbachov. Los compañeros le preguntan por el posible parentesco y él rechaza tal posibilidad: de ser su abuelo, ¿cómo iba a encontrarse allí comiendo tamaña bazofia? Ahora Rubén sabe que Ignacio era su abuelo, "el abuelo más bueno del mundo, como el abuelo Lenin, como Leonid Ilich Bréznev". Rubén cierra su reflexión asegurando no entender cómo nunca vino a verle ni a salvarle de la muerte casi segura en el geriátrico. Pero a la vista de la ironía que preside el elogio de su antepasado, sin duda lo entiende, si no en el plano de las decisiones individuales, por lo menos desde el ángulo de la deshumanización propia del homo sovieticus.

Rubén Gallego (Moscú, 1968)
Rubén Gallego (Moscú, 1968)BERNARDO PÉREZ

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_