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TEATRO

Treinta años de amor fugaz

Javier Vallejo

Una foto de las que aparecen en la edición española de Santa Juana (Cátedra, 1985) dice más de Bernard Shaw que la más certera de sus frases irónicas: se le ve en una playa, flaco, con un taparrabos que apenas cubre lo que la palabra promete, una pierna flexionada sobre una roca, la barba entrecana, el cabello desaliñado. Es la antítesis de Oscar Wilde, el dandi nacido en Dublín como él, el mismo año de 1856. Socialista de la Sociedad Fabiana -germen del partido laborista-, vegetariano, pacifista en plena I Guerra Mundial, cuando serlo equivalía a ser traidor, Shaw tiene los pies en tierra y la mirada puesta en la utopía. Después de probar a difundir sus ideas en periódicos, novelas, ensayos e incluso a voz en grito (subido a un cajón o a un banco de Hyde Park), advirtió, gracias a una representación de Casa de muñecas, de Ibsen, que el teatro podía ser el vehículo adecuado. Su primera obra, Casas de viudos, es una andanada necesaria contra quienes especulan con bienes de primera necesidad: la escribe como denuncia de las rentas abusivas que cobraban en Londres los propietarios de edificios de alquiler, y para influir en la legislación sobre arrendamientos. Nunca fue un agradador ni tomó el camino fácil. Por eso la censura prohibió el estreno de La profesión de la señora Warren, y muchas de sus comedias se representaron antes en Estados Unidos, en Austria o en Alemania que en el Reino Unido. Pigmalión, la más popular de todas, se montó primero en Viena. Shaw la había escrito pensando en Beatrice Stella Campbell, una actriz bella y con carácter, célebre por sus interpretaciones de Electra, de Hedda Gabler, de los protagonistas masculino y femenino de Macbeth y de Pélleas, en una producción francesa en la que Sarah Bernhardt fue Mélisande. La intérprete británica y el autor irlandés se cartearon por vez primera en 1899, cuando él tenía 43 años, se había casado apenas hacía uno y su tardía carrera teatral estaba empezando. Ella, con ocho o nueve años menos, separada, se encontraba en el apogeo de la suya. En su carta, Shaw la halagó más como mujer que como actriz, y la invitó a pasar unos días en el campo con él y su esposa. ¿El motivo explícito? Leerle César y Cleopatra, obra que había escrito para ella.

Pero Stella Campbell no acudió a la cita, y otra actriz encarnó a la reina egipcia. Hubo de pasar algo más de una década para que Shaw, que empezaba a ser "probablemente, el más famoso de los autores vivos", según un editorial de The New York Times, se presentara con el manuscrito de Pigmalión en casa de su musa. Dos encuentros más y media docena de cartas le bastaron para obtener una cita íntima con Stella. Fue la primera de una relación apasionada entre dos amantes desincronizados: cuando uno avanzaba, el otro retrocedía. Se quisieron mucho y coincidieron poco. Se engañaron y desengañaron. Se apoyaron y se zancadillearon. Y de todo quedó constancia a través de centenares de cartas. El autor y la actriz siguieron escribiéndose durante 29 años, hasta que ella murió en Francia, a los 75, olvidada de casi todos, después de haberse dado de calabazadas contra los productores teatrales británicos y la industria de Hollywood.

Al acabar la I Guerra Mundial, en vista de las proporciones que cobraba su bache laboral, Campbell decidió publicar su autobiografía y una pequeña parte de su correspondencia con Shaw, para su disgusto y el de su esposa. El resto lo dio a la imprenta la hija de la actriz, en 1952. Siete años después, Jerome Kilty, actor, director y autor estadounidense con olfato, hizo una selección de fragmentos, los entretejió y los llevó a escena como Dear Liar (Mi querido embustero). Es ésta una pieza cotizada y estrenada en todo el mundo. En Francia, la tradujo Jean Cocteau y la interpretó María Casares. En España tengo noticia de la producción valenciana que Pavana Teatre hizo hace 13 años, con Isabel Rocatti y Pep Cortés. Ahora, Sergio Renán y Norma Aleandro (conocida aquí sobre todo por su trabajo en las películas El hijo de la novia, Sol de otoño y La historia oficial) la van a representar en el teatro Marquina de Madrid, en un montaje que ellos mismos han dirigido y que la temporada pasada presentaron en Buenos Aires y en una gira exitosa por Argentina.

Mi querido embustero. Madrid. Teatro Marquina. Del 10 de septiembre al 9 de noviembre.

Norma Aleandro y Sergio Renán, en 'Mi querido embustero'.
Norma Aleandro y Sergio Renán, en 'Mi querido embustero'.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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