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Crítica:ESTÍO MUSICAL BURGALÉS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Música latina de Vivaldi, Rodrigo y Montsalvatge

Permanece fiel a la música sin trampa ni cartón el Estío Burgalés, y el miércoles tuvimos una nueva prueba con la actuación de la Orquesta de Cámara Reina Sofía de la que es director y solista Nicolás Chumachenco, fundada en 1983 y presentada en el Teatro Real de Madrid en 1984.

A partir de una admirable calidad individual de los instrumentistas y contando con los méritos y saberes de Chumachenco -hijo de rusos, nacido en Polonia y formado en la Argentina- el conjunto se ha ganado un gran prestigio, no sólo por su categoría técnica y estética sino también por el acertado criterio de programación.

Un conjunto de este género podía haber caído, como tantos otros, en el pecado o la virtud de la especialización para dedicarse al repertorio barroco y clásico. No ha sido así y ahora mismo ha presentado en Burgos un programa que parece homenaje a la latinidad. Dos autores españoles del siglo XX, dos verdaderos maestros de la escuela hispana como fueron Joaquín Rodrigo y Xavier Montsalvatge antecedían a las célebre Cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, esto es, a cuatro conciertos para violín y arcos, tan bellos y pimpantes, al decir de Rodrigo, como cuando salieron de la invención del gran veneciano para enamorar a todo un Juan Sebastian Bach que les dio vida nueva, un tanto germanizada, con sus transcripciones.

Pero además, la música de Vivaldi nos trae la imagen viva de la Venecia dieciochesca, aquella potencia artística que albergó hasta 13 teatros en competencia. Se inspiran las Cuatro estaciones en otros tantos sonetos que debieran reproducirse siempre como la mejor nota de programa, pues en una época en la que el descriptivismo consistía en sutiles alusiones, adquiere en Vivaldi una especial intensidad evocadora.

Junto a la latinidad vivaldiana, el sentimiento mediterráneo de Rodrigo y Montsalvatge asume un lenguaje azogado por las disonancias directas para colorear una intención largamente poética. La Zarabanda lejana y Villancico, de Rodrigo, escuchadas en el Teatro Principal burgalés por primera vez en 69 años, constituyen un homenaje a la vigüela de Luis de Milán, autor tan querido por Rodrigo. Montsalvatge, en su Concertino 1+13, de 1975, nos da una lección de madurez y sensible refinamiento perfectamente inserta en las corrientes del modernismo. Todas las obras fueron expuestas por Chumachenco y su orquesta de manera excelente.

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