Volver a casa

Era de madrugada cuando, al salir de un agitado tugurio, un adulto al que acababa de conocer, holandés él, me dijo: "A esta hora todos hablamos el mismo idioma". No intenté contradecirlo porque su tono de voz destilaba cierta grandeza poética relacionada con la vieja utopía de la universalidad lingüística. Algo de razón tenía. Sonrientes o cabizbajos, cantando o vomitando, el personal que nos rodeaba parecía no tener ninguna dificultad para, pese a la variedad de orígenes y pasaportes, comunicarse entre sí (aunque no descartemos que el alcohol distorsionase las cosas, y que lo que en estado de sobriedad me parecería lamentable jerga de borracho resultase, a esas horas, un idioma hermoso y accesible). Y fue allí, junto al holandés, cuando me percaté de que estábamos en Sitges, en la misma calle Parellades donde, hace más de un siglo, y según cuenta César González-Ruano, pasó unos días Ángel Ganivet acompañado de (sic) "dos o tres mujeres bonitas y de afición alegre".

Ganivet fue un granadino reflexivo e intenso que dedicó parte de su vida a meditar sobre España y que quizá por eso acabó suicidándose en las gélidas aguas del Dwina, en Riga, víctima de irreversibles dolores físicos y morales. De sus muchas e importantes aportaciones, les citaré una que viene a cuento, ya que trata sobre los hábitos de borrachos de medio mundo, comparando sus diferentes procederes en función de su origen. El análisis, brillante, concluye así: "Del estudio de la embriaguez se deducen muchas verdades útiles para todas las ciencias; pero yo sólo voy a sacar esta conclusión consoladora. Todos los borrachos del mundo tienen un rasgo común: todos marchan haciendo eses, ... y en esa particularidad veo yo una expresión de la filosofía de la Historia, puesto que también la humanidad camina, ya torciéndose hacia un lado, ya hacia otro, siempre en dirección de algo desconocido, que debe ser su casa, a la que llegará, no hay que dudar, como llegan los borrachos, aunque sea tarde y con la cabeza vendada".

Este precioso texto fue escrito en 1896. En 2003, las cosas han cambiado. La ese sigue siendo la letra más popular entre beodos, pero algunos han innovado y se desplazan haciendo vertiginosas zetas o manicomiales efes minúsculas. En cuanto a la creencia de que el bebedor siempre vuelve a casa, ojalá sea así, pero observando la violencia con la que algunos tratan a sus hígados, sospecho que están intentando por todos los medios no regresar nunca a sus casas. Ganivet tampoco volvió, aunque por razones bastante más dignas y melancólicas. Antes de morir, escribió cartas en las que, entre otras cosas, decía que el Brunsparken de Riga le recordaba el Alhambra y que el mar helado le hacía pensar en la vega granadina. Y añadía: "Después de nuestros cármenes, no hay nada que me guste tanto en Europa como estas quintas o villors de Finlandia". Una conclusión, pues, podría ser que incluso en un hombre culto y sobrio como Ganivet, el exilio y la morriña pueden producir alucinaciones.

Ejercicio del dia: ya que hoy es la última noche de este curso, una vez hayamos bebido, brindado y soportado estoicamente el Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, regresemos a casa haciendo eñes.