La complicada plaza de Felipe II
La reforma de la plaza de Felipe II, cuya maqueta expone estos días in situ el Ayuntamiento, es complicada de abordar. Como vecino de la misma, entiendo que presenta tres limitaciones estructurales de mala solución: forma, orientación y suelo. Su configuración no es redonda, ni cuadrada, sino un rectángulo muy alargado, una especie de pasillo que abarca desde la calle de Narváez hasta la fachada del Palacio, en un espacio como de tres manzanas. Ese largo pasillo se encuentra orientado en perfecto eje este-oeste, lo que quiere decir que en verano el sol lo castiga durante todo el día, sin que ninguna sombra de edificio le sirva de alivio. Contra esa condena solar (que en estas fechas es insoportable) no es posible oponer la fronda de ningún árbol, pues bajo la plaza se encuentra el aparcamiento de El Corte Inglés, puro suelo de cemento sin brizna de tierra sobre la que plantar.
No es extraño, por tanto, que, ante esa superficie superalargada, hipersoleada e inarbolable, las ideas municipales se atrofien. El Ayuntamiento, en su maqueta, nos propone plantar en ambos extremos unos pocos árboles; muy pocos. Y como no puede hacerlo en un terreno que no existe, erige unos montículos de tierra, uno para cada dos árboles. Fórmula coqueta, aunque sumamente escasa, ya que sería preciso erigir varias cadenas montañosas para una plantación significativa. No hay en la docena de árboles previstos nada que aminore un ápice los rigores del lugar.
Por otra parte, desconozco con qué inconfesable propósito, entre el minibosque de Narváez y el mierdibosque de Dalí, deja miles de metros cuadrados de suelo puro y duro. Y al final el núcleo de la decoración se centra precisamente en el suelo (si sólo tienes suelo..., por lo menos, vístelo), ofreciéndonos unos materiales nobles, entreverados de trasparencias para mirar fósiles y otras gracietas.
Al salir de la carpa que alberga tan delicada y sucinta maqueta, el sol implacable me aplastó. Y, como escarabajo patas arriba que va a morir en breve, me dije: "Aquí hay que pensar algo, con esto no vamos a ningún sitio". Y en ese momento me vino la inspiración. ¡Zas, la inspiración! Con un aviso previo. Sólo me entenderá en plenitud quien haya estado en la Expo de Sevilla de 1992; el resto, tal vez sólo si consigo explicarme. Vamos allá. Los sevillanos, haciendo una brillantísima síntesis de las culturas árabe e hispana, del agua y la vegetación, cubrieron los largos paseos entre pabellones (lo más parecido a esta irritante plaza) con unas sencillas estructuras de metal que sostenían un sinfín de plantas regadas por microdifusión. El resultado era un conjunto de emparrados y pérgolas, abigarrados de verde, de una humedad constante, en los que el sol no penetraba y la temperatura bajaba entre cinco y siete grados en relación a la ambiente. Si paseabas bajo aquellas bóvedas, eras feliz; si paseabas fuera de ellas, eras un despojo. En verdad que parecía milagroso.
Pues bien. Si existe algún lugar en Madrid al que poder trasladar esa increíble experiencia, ése es la desfalleciente plaza de Felipe II. ¿Por qué? Pues, a) para instalar estas estructuras no hace falta tierra firme; toda una fronda protectora puede cabalgar sobre jardineras brotadas del puro cemento; b) el verdor y el frescor salen de la vaporización de las plantas trepadoras, y el inyectar y jugar con el agua tampoco es ningún problema; c) las estructuras pueden seguir el modelo de la propia cubierta del Palacio, como una continuación estética, o ser de otro diseño. En todo caso, ligeras, translúcidas y bien plantadas, con su propio sistema de iluminación, para que en invierno resulten decorativas. En verano actuarán como bóvedas vegetales y su belleza serán ellas mismas; d) la forma de colocar esas estructuras permitirá llenar de vida una plaza vacía y muerta: alineadas o en perpendicular, en cuarterones, en rotondas con templetes centrales, en juego de diferentes alturas, por toda la plaza o sólo en partes de ella, intercaladas con fuentes...; es decir, que bien trabajada esta idea, se puede alcanzar una obra original, atractiva y útil a la vez.
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