Un atentado contra el futuro de Irak
La muerte de Mohamed Baquer al Hakim deja al chiísmo iraquí sin uno de sus líderes más moderados y con mayor carisma político
Los asesinos del líder chií Mohamed Baquer al Hakim, como los del representante especial de la ONU, Sergio Vieira de Mello, el pasado 19 de agosto, comparten, si es que al final no se demuestra que son los mismos, idéntico objetivo: impedir por la fuerza un futuro estable, pacífico y tal vez democrático de Irak. En ambos casos emplearon el mismo medio, el coche bomba, y sus víctimas tenían en común una situación de indefensión similar. La ONU renunció a la protección de las tropas norteamericanas para dejar claro que no formaba parte de las fuerzas de ocupación y Al Hakim logró que los soldados de EE UU no entrasen en la ciudad santa de Nayaf, donde se encuentra la tumba de Alí, el yerno del Profeta, por respeto a las tradiciones del chiismo. En Nayaf, una ciudad de millón y medio de habitantes, no existen ni el toque de queda, que aún rige en Bagdad, ni puestos de control militar en sus cercanías.
El todoterreno metalizado verde de cristales ahumados en que se desplazaba el líder chií, sus guardaespaldas, más aparatosos que eficaces, los repetidos cacheos a sus visitantes y las grabaciones en vídeo y fotografías de sus entrevistadores se han revelado un juego de niños.
La muerte de Al Hakim, de 63 años, líder del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak (CSRII), marca un punto de inflexión en la agitada posguerra iraquí. Su desaparición deja a los chiíes iraquíes -el 60% de una población de 26 millones de habitantes- sin uno de sus líderes con mayor clarividencia política y cuya moderación y paciencia habían sido claves en estos meses. Sin su carisma, se abre la incertidumbre de saber cuál será la reacción de unas masas chiíes de fe ciega que veneran el martirio y sienten un extremado culto al líder.
Al Hakim pertenecía a un clan de mártires del chiismo iraquí. Nada menos que 26 miembros de su familia, entre ellos seis hermanos, fueron asesinados por la policía política de Sadam Husein y su figura recibía la devoción de millones de chiíes que exhibían su retrato en tiendas y casas con la misma naturalidad que una familia católica puede tener una fotografía del Papa.
El líder asesinado fue encarcelado y torturado por el régimen baazista en 1972 y en 1977. Finalmente, en 1980 huyó a Irán, donde el ayatolá Jomeini comenzaba a construir el Estado islámico. Allí permaneció durante 23 años, hasta el pasado mes de mayo, cuando regresó triunfalmente a Nayaf y fue recibido por decenas de miles de seguidores.
En Irán, Al Hakim fundó el CSRII y controlaba también su brazo armado, conocido como las Brigadas al Badr, integradas por unos 10.000 combatientes que se dedicaban a hostigar al régimen de Sadam mediante emboscadas, sabotajes y asesinatos.
En aquellos años también fue cortejado por Washington, cuando el presidente George Bush padre animaba a los iraquíes a levantarse contra Sadam. De hecho, las milicias de Al Hakim cruzaron la frontera en la primavera de 1991 y participaron en la sublevación de varias poblaciones del sur de Irak, como la propia Nayaf o Basora. Su empeño fue inútil. Faltos del apoyo de EE UU, el levantamiento fue ahogado en sangre por las fuerzas de Sadam. La represión fue brutal, como ha destapado el descubrimiento de las fosas comunes tras la última guerra y su memoria está aún viva entre los chiíes, que hoy recuerdan a sus muertos con sábanas negras como esquelas en calles y plazas de Nayaf.
El tiempo moderó a Al Hakim, que se fue distanciando en cada una de sus últimas declaraciones de cualquier pretensión de crear un Estado teocrático en Irak.
Sus partidarios podían vociferar "somos soldados de Alí, no podemos ser vencidos", o "tú eres del partido de Dios, el que nunca pierde", que él no abandonaba su actitud afable, contraria, con la misma intensidad, a los ataques contra las tropas de EE UU y a la presencia en su país de las fuerzas de ocupación. Al Hakim quería que se celebrasen elecciones libres y soñaba con un modelo iraquí de democracia islámica -"No quiero un Gobierno de sectas como en Líbano ni tampoco como el de Irán", declaró a EL PAÍS el pasado junio- donde se respetasen la diversidad étnica y religiosa del mosaico iraquí. Ayer, su sueño saltó en pedazos.
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