Los creyentes
Su cara barbada y grave está por todas partes, en carteles pegados en muros, autobuses y sobre todo en los alrededores de las mezquitas chiíes. Se le considera el líder del sector más radical del chiísmo, y muchos lo acusan de estar cerca del modelo iraní, es decir, de un gobierno teocrático de corte fundamentalista, monopolio de los ayatolás. Pero él lo niega de manera categórica: "Irak no será una fotocopia de Irán ni de nadie. Cada país tiene sus particularidades. Nuestra idea es que en Irak debe establecerse un gobierno democrático en el que estén representadas todas las etnias y las minorías religiosas, pero que, al mismo tiempo, respete nuestra identidad y nuestra historia".
Es un hombre de una piel muy blanca y unos ojos muy claros, que luce sus largas barbas canas, su turbante negro y sus túnicas grises con estudiada dignidad. Me recibe en la ciudad de Nayaf, sagrada para los chiíes, pues en ella está enterrado el Emir Alí, yerno de Mahoma, asesinado el año 41 de la hégira, la gran figura espiritual del chiísmo. El imán Mohammed Baquer al Hakim vive con austeridad espartana y las oficinas de su movimiento son también de una sencillez extrema. Pero las precauciones que lo rodean son fastuosas.
Clérigos, guardaespaldas y ayudantes nos registran, descalzan y decomisan cámaras y grabadoras (que nos devuelven, después de comprobar que no ocultan armas ni explosivos). No hay una sola presencia femenina en la casa y Morgana debe tocarse estrictamente con el velo islámico para poder acompañarme y tomar fotos. Cuando le digo al ayatolá Al Hakim que es mi hija, él, sin mirarla, me responde con sequedad: "Yo tengo seis hijas". No cometo la impertinencia de preguntarle con cuántas esposas las ha tenido.
La víspera de recibirme, el ayatolá ha declarado -en este país en el que los atentados aumentan cada día- que es un error asesinar soldados norteamericanos y que lo que persiguen estos asesinatos los iraquíes lo podrían alcanzar de manera pacífica, mediante el diálogo. Pensé que me repetiría la misma diplomática declaración, pero me equivoqué. Con su voz pausada y acompañando sus palabras de suaves ademanes, dispara una durísima diatriba contra "las fuerzas de la coalición". En ningún momento habla de los norteamericanos o británicos, siempre "de la coalición", pero los dos sabemos muy bien a quienes se refiere.
"La liberación fue un mero pretexto. Las tropas de la coalición se han convertido en fuerzas de ocupación. Bush y Blair hicieron muchas promesas que han sido incapaces de cumplir. En el país no hay seguridad alguna y se nos ha arrebatado nuestra soberanía. Arguyeron como pretexto para la guerra las armas de destrucción masiva de Sadam Husein y han sido incapaces de encontrarlas. Tampoco han podido capturar al antiguo dictador y los suyos, a pesar de ser personas que comen, se mueven y dejan huellas a su paso. Si nos hubieran dejado actuar, nosotros los habríamos encontrado ya".
Habla sin exaltarse y sin mirarme, con sus ojos azules clavados en el vacío, y con la tranquila determinación de quien se sabe en posesión de la verdad. Sus asistentes, una media docena, lo escuchan embebidos, indiferentes al horrendo calor que ha convertido esta pequeña habitación desnuda, con solo un gran ramo de flores de plástico de adorno, en una sartén. El ayatolá Al Hakim es un hombre que rara vez sonríe, que, más que hablar, pontifica o truena, como los profetas y los dioses olímpicos. Detrás de él, acuclillado, hay un hombre que no me quita la vista, como dispuesto a saltar sobre mí si hago cualquier movimiento sospechoso. Estar tan cerca del ayatolá Al Hakim me produce una invencible desazón. Aunque, como todos los agnósticos, reconozco en mí una secreta envidia por los creyentes, cuando éstos lo son de una manera tan absoluta y terminal como el imán iraquí que tengo al frente, no puedo reprimir un escalofrío.
"La guerra no ha terminado", prosigue el ayatolá Al Hakim. "El descontento del pueblo aumenta cada día y aumentan también los actos de la resistencia contra el ocupante, algo muy grave para el futuro de Irak. Las razones de esta resistencia son varias: el incumplimiento de las promesas y las humillaciones a nuestra dignidad. Me refiero a la conducta de las fuerzas de ocupación. Matan a inocentes y son incapaces de encontrar a los verdaderos culpables de los crímenes cometidos por la dictadura. Roban de manera descarada en las casas particulares que registran, llevándose el dinero de las familias. Aprovechan que, como no hay bancos, la gente debe guardar el dinero en las casas. Además de robar, ofenden a las mujeres, las tocan, y eso hiere e indigna a nuestro pueblo. Aquí, en Nayaf, hemos hecho ya cinco manifestaciones de protesta contra estos abusos. Es verdad que también cometen atentados terroristas y sabotajes grupos supervivientes de Sadam Husein y del partido Baaz. Pero, esto, en buena parte es culpa de la coalición, pues en vez de perseguir con energía a los baazistas y sadamistas, nos desarman a nosotros, las fuerzas populares. Por eso está creciendo cada vez más la ira de los iraquíes contra los ocupantes".
Extracto del reportaje Los creyentes, segundo de la serie Diario de Irak, publicado el pasado 4 de agosto.
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