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Tinto de verano | GENTE
Columna
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Soy un gnomo

Elvira Lindo

Mi santo entró de pronto en el salón y me pilló llorando. Yo no me lo esperaba, porque le hacía en el despacho agrandando su obra, aunque confesaré que yo, a escondidas, voy cada noche a su mesa, mientras él saca a Chiquitín, para revisarle la cantidad de páginas que ha escrito, y el otro día me encuentro con que, después de cinco horas de reloj que se tiró en el despacho, había hecho sólo ¡dos líneas! Me dio mucho susto, a qué negarlo, porque me recordó a Jack Nicholson en el hotel de El resplandor volviéndose loco y persiguiendo a su mujer con un hacha. Nosotros hacha no tenemos, gracias a Dios, pero sí rastrillo regulable de aleación de titanio, y dirán ustedes que soy aprensiva, pero, según sale mi santo por esa puerta, yo, después de revisar sus escritos, bajo al garaje, cojo el rastrillo regulable y lo meto debajo de la cama. En mi lado, claro. Porque, si se está volviendo loco y un día hipotético se desata, lo que no voy a hacer es quedarme de brazos cruzados. Tendré que defenderme. Y lo que yo digo, la mejor defensa es un ataque. Se lo he contado a mi suegra, que lo conoce mejor, y dice que, a lo mejor, en vez de estar volviéndose loco, se está volviendo vago. Claro que las madres siempre van a defender a los hijos. En resumen, que mi santo entró en el salón y me pilló llorando, y preguntó: "¿Es que te va a venir la regla?", que es una pregunta que, a nivel mujer, jode bastante. Por los ojos que le puse, pilló al vuelo que mi problema no era hormonal. Porque puede que esté loco, pero tonto no es. Se percató de que lloraba por algo de la tele. Yo es que por las cosas personales no suelo llorar; ahora, ponme un programa de testimonios y ahí me rindo. Es más, alguna vez me da por imaginar que en septiembre Pedro Ruiz me hace una entrevista y cuando llega a la emotiva pregunta "¿cuándo has llorado por última vez?" me atasco. Tendría que confesarle que viendo alguno de los casos de Ana Rosa tipo "mi marido me puso los cuernos en mi propia cama con mi hermana, y tres de mis niños, mirando". La cosa es que me daba vergüencilla decirle a mi santo el motivo del llanto, porque estará loco, pero es un intelectual de tomo y lomo y no ve bien que yo sea tan sensible. Al final lo solté: lloraba porque salió Belén Esteban en Salsa rosa y contó que en agosto, mientras la pequeña Andrea está en Ambiciones, su padre (el de Belén Esteban) huele la ropa de la pequeña Andrea y llora. Y yo de imaginarme a ese abuelo, en un Carabanchel, oliendo la ropa de la pequeña Andrea en pleno agosto, qué quieres, me toca la fibra. Y todavía con un hipo, que me daban hasta sacudidas, le dije a mi santo: "Sé que tú esto no lo puedes comprender, que te resulto supervulgar". Y entonces mi santo, por una vez, sacó su lado humano y me confesó que a él, in illo tempore, se le saltaban las lágrimas con la canción de David el Gnomo y se metía al servicio para que no le vieran los niños. "No debes avergonzarte", le dije, "tal vez hablamos poco y nos estamos convirtiendo en dos perfectos desconocidos". Empecé a cantar la canción y él salió escopetao y se metió al wáter de Evelio. Y yo, superconmovida, "¡abre, déjame estrecharte entre mis brazos". Abre el tío y, oyes, que se estaba descojonando. Estará loco, pero, mira, tiene una mala follá...

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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