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Reportaje:ESCENARIOS URBANOS

Las moreras del Camí de les Moreres

En la Virgen de la Estrella, un pequeño pueblo abandonado junto al río Montlleó, en las montañas del interior de Castellón, crece una bellísima morera. Es la única morera monumental que conozco: en el tronco, una placa recuerda que fue plantada por un maestro y sus alumnos, allá por los años treinta. Me imagino perfectamente la escena: el profesor, rodeado por sus discípulos, la mayor parte de ellos venidos de las ruinosas masías dispersas por la zona, explicando cómo las hojas de aquel árbol sirven para la cría del gusano de seda. Una espantosa riada destruyó gran parte de aquellas ilusiones humanas: tan sólo la vieja morera nos recuerda que aquel pueblo perdido entre montañas y barrancos tuvo en su momento su vida y su apogeo, sus deseos de trascender y sus esperanzas.

"En Valencia todo se abandona poco a poco, por tedio y desinterés"
"Hasta hace bien poco, ni en el Camí de les Moreres quedaban moreras"

No recuerdo más moreras. Poco a poco, este árbol consustancial a los valencianos ha ido desapareciendo. Los historiadores explican que antaño casi todos los márgenes de los campos estaban plantados de moreras, y que una carga de sus hojas equivalía a varios jornales. El valenciano es poco amigo de la nostalgia, vive el presente sin importarle demasiado el pasado: esta indiferencia es más bien fruto de una pereza insondable, no de un deseo intelectual de relativizar las cosas de la existencia. En Valencia todo se abandona poco a poco, por tedio y desinterés, hasta que su deterioro es ya irreparable. Es lo que le ha ocurrido al barrio de Velluters (aquellos artesanos que trabajaban el vellut, es decir el terciopelo), que fue uno de los más ricos de la ciudad, con sus aparatosos telares y sus buhardillas donde se criaban los gusanos de seda. Si se pasean por sus calles, se horrorizarán ante el abandono de las casas, y ante la miseria que se observa entre aquellos solares. Sorprende que una ciudad haya permitido que uno de sus barrios más históricos y singulares -aquél que explica el porqué de la Lonja de la Seda, celebrado Patrimonio de la Humanidad- haya alcanzado ese punto de no retorno, ese estado de incuria y marginalidad.

Y, sin embargo, recomiendo la visita. Aquello también es Valencia. Habla de nuestro caracter olvidadizo, el mismo que ha permitido la destrucción implacable de buena parte de nuestro patrimonio, en el barrio de la Seu, del Carme, de Roters. "El municipio destructor" escribe Joan Francesc Mira, en su bello libro dedicado a Valencia. Y, sin embargo, ¡qué fastuosa belleza atesora la cúpula de las Escuelas Pías en la calle de Carniceros! ¡Y qué interesante y significativo, a pesar de su patético abandono (y de la criminal finca que han construido al lado), es el Colegio del Arte Mayor de la Seda, en la Calle del Hospital!

Sorprende que en la ciudad de Valencia los técnicos tan sólo tengan localizadas dos viejas moreras (una en Patraix y la otra en la Plaza de la Colonia Española de México), cuando antiguamente fue un árbol tan querido y abundante. Hasta hace bien poco, ni en el Camí de les Moreres quedaban moreras. Con la inauguración de L'Oceanogràfic, los responsables municipales han vuelto a replantar el camí con estos árboles. Me pregunto si los centenares de visitantes que acuden a diario a L'Oceanogràfic reconocen que son moreras, y si las relacionan de algún modo con nuestro pasado, con el barri de Velluters y con la Lonja. Son estos nexos -más que las belugas o los peces multicolores- los que educan, los que crean una conciencia ciudadana y una estima por el país. Bien lo sabía aquel maestro de la Virgen de la Estrella plantando aquella morera ante sus atentos alumnos. Entre aquellas montañas salvajes, entre aquellos peligrosísimos barrancos, entre aquella naturaleza indómita, la morera de alguna manera remitía a lo más sublime de la civilización. Al viejo arte mayor de la seda.

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