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Crónica:MI RINCÓN FAVORITO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Aeropuerto 2000

CAPTATIO ATENTIONE. No existe el lugar favorito. La cosa más parecida a un lugar favorito a menudo es una mirada o un ombligo. Es decir, no es un lugar. Para acabarlo de liar, hay días enteros en los que esas cosas no están en ningún lugar. Bueno, esta historia de lugares favoritos habla, en todo caso, de un lugar, una mirada y un ombligo que, a su vez, ya no están en ningún lugar.

- LOCUS AMENUS.

Soy yonki de aeropuertos. He aterrizado en San Francisco, donde por unos segundos parece que tu aparato se vaya a hundir en el mar. En La Paz, una ciudad tan alta donde el avión, para aterrizar, sube. Sarajevo, donde tenías que bajar corriendo para dificultar el trabajo de los francotiradores. Hong Kong, un aeropuerto tan grande y con usuarios de tantas lenguas que tienes que ir con una pegatina en la solapa para que, cuando te pierdas, una azafata china te recoja y te ponga en tu estante. El aeropuerto de Barcelona lo conozco como la palma de mi mano. Lo cual no significa nada. Ahora mismo me he mirado la palma de mi mano y he descubierto una arruga que no conocía. Me cae bien porque desde ese aeropuerto es donde dejo mi ciudad -uno debe odiar y amar moderadamente su lugar de origen; de lo contrario acabas invadiendo Irak-. Aquí es donde tuve mi primer contacto con los hombres de los aeropuertos -maletín, traje, cara de importante porque va en avión; una cara opuesta al rostro luminoso del astronauta, que viaja en un avión, paradójicamente, más importante-, y las chicas de los aeropuertos -nacieron con tacones, avanzan seguras y agarradas a un bolso; con el tiempo he conocido qué contienen esos bolsos; contienen cosas que sólo guardaría una persona frágil y aterrada-. Aquí es donde descubrí la mirada de los invisibles. En un aeropuerto eres feliz. Es decir, invisible. Los visibles, las personas con una biografía visible -a simple vista, les va mal la vida-, nunca entran a un aeropuerto. No pueden pagar un billete. El día más infeliz de mi vida fue, de hecho, el día en el que fui visible en un aeropuerto.

- LOCOS AMENOS.

Me gustaba una señorita. Me gustaban su ombligo y su mirada. Era una mirada extraña. Sus ojos eran azules como el mar de otro planeta. Cada fin de semana venía al aeropuerto desde su planeta. Salía del aeropuerto con sus tacones y con su bolso de chica segura. Veía entonces su mirada y no comprendía nada. Y, unas horas después, su ombligo. Un día la acompañé al aeropuerto, para volver a su planeta, que tiene un mar extraño, etcétera. Le di su billete. Me miró con su mirada extraña. Me dijo que el billete era falso. Sacó dinero de su cartera. Dijo que era falso. Llamó a un policía para detenerme, pues le había llenado su bolso de papeles falsos. Y yo mismo era falso. Al hablar con el policía descubrió que el poli era falso. Salió corriendo del aeropuerto, tirando su maleta falsa y con la voluntad de perderse en una ciudad falsa. Comprendí que algo se había roto en su cabeza. Que su mirada, siempre extraña, siempre atenta a otra realidad -el amor y la locura se parecen en que son realidades paralelas-, se había roto y flotaba a la deriva en un mar extraño de, definitivamente, otro planeta. Llamé a una ambulancia y fui detrás de ella. Se defendía con violencia de un hombre falso. La reduje. Es terrible reducir a quien solo quieres ensalzar. No vino la ambulancia. Vino la poli. La detuvo. Por el camino hasta la comisaría del aeropuerto, los usuarios del aeropuerto, desde sus maletines y sus tacones, nos miraban. Éramos, pues, visibles. En comisaría, mientras esperaba una ambulancia que se llevara a mi amor a un psiquiátrico, vi otras personas visibles como yo. Señores y señoras sin papeles, turistas que se habían olvidado sus papeles. Personas con una mirada que no es la mirada de los aeropuertos. Personas con problemas. Yo pensé en mi problema. Mi problema era que la mirada es un lugar, y que ese lugar ya no existía.

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