Derecho de admisión
Si, a estas alturas, todavía le quedan fuerzas, el extranjero observará que el español es un idioma vivo, sometido a fuertes presiones. No me refiero sólo a la política lingüística, que tiene en dos ex izquierdistas (Pilar del Castillo y Jon Juaristi) a sus más expeditivos sheriffs, sino a los seísmos que afectan a cualquier organismo en evolución. ¿Qué innovaciones deben tolerarse? ¿Debe el español actuar con criterios selectivos, propios de club con temibles vigilantes en la puerta o, por el contrario, ser más populista y tolerante? A vista de pájaro, el español no parece tan inexpugnable como ciertas discotecas. Llegadas en patera o vuelo chárter, procedentes de América, África, Asia o de masivas deserciones balcánicas, los nuevos acentos y derrapajes sintácticos se suman a una realidad ya de por sí acumulativa. Pasen y vean. Palabras como "aceite", por ejemplo, son de origen árabe, y esa ciudad tan indie y moderna llamada Benicàssim (donde resuenan entrañables ecos de hordas de silly cows aliñados con aspersores de pachanga-trance-dance) le debe su preciosa toponimia a una invasión moruna bastante más explícita que la que ahora denuncian quienes defienden sus derechos adquiridos. "Cerveza", en cambio, es un sustantivo que se remonta a tiempos prerromanos y todos, griegos o celtas, dejaron huella en el idioma. ¿Por qué iban a ser distintos los tiempos actuales? Por cierto: algunas palabras del español proceden del vasco, lo digo por si Aznar cree conveniente ilegalizarlas o por si el radicalismo abertzale considera oportuno solicitar su extradición. La autoridad lingüística parece ver con buenos ojos según qué anglicismos, sobre todo los que llegan avalados por lobbys tecnológicos adictos a la traducción automática. En cambio, se muestra reacia a que le marquen demasiados arabismos por la escuadra.
Mientras tanto, en América, ese continente que la tendenciosa propaganda utiliza para presumir de audiencia, o están en pie de guerra (quienes consideran que la RALE es un búnker) o se declaran objetores y se lanzan a practicar un español promiscuo, trufado de anglicismos, donde campea el diminutivo y donde ha desaparecido el fonema ll (paletal lateral), superado por el sex appeal palatal fricativo de la y. No importa que esto empobrezca el idioma y que reduzca su dimensión semántica. El español ha entrado en una guerra por la audiencia en la que deberá decidir si todo vale. Y si, para arañarle puntos de share a la competencia anglosajona, hay que ser yeísta compulsivo, dejar en manos de la ka sonidos históricamente encargados a la ce y a la qu, abandonar los matices entre uves y bes, prescindir de la extravagante eñe, sustituir las zetas por la uniforme ese, rendirnos a un mundo sin haches y raparnos de acentos las vocales, pues se hará.
Ejercicio del día: copie cien veces el preámbulo de La Constitución española escrito en español del futuro: "La nasión espaniola, deseando estableser la justisia y la seguridad y promober el bien de kuantos la integran, en uso de su soberanía, prockama su boluntad de: garantisar la conbibensia demokrática dentro de la konstitusión y de las leyes konforme a un orden ekonómico y social justo".
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