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Columna
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La mujer de blanco

Es difícil hablar de estas cosas. No quiero hablar del asesinato de Sonia Carabantes. ¿Cómo se habla del mal absoluto? Considero dificilísimo, admirable, el trabajo de Juana Viúdez y Pablo Ordaz, periodistas que escriben en este periódico sobre lo sucedido en Coín, igual que los fotógrafos Julián Rojas y Rafael Marchante miran con sus cámaras para que los lectores veamos cómo se vive lo invivible. Ordaz y Viúdez publicaron ayer una nota, Los falsos amigos de toda la vida, donde registran un hecho habitual en estos acontecimientos extremos: la imperiosa aparición en público de amigos de la víctima o de los criminales, de supuestos testigos que se ofrecen a los micrófonos y la televisión, de detectives aficionados que aseguran conocer los secretos del caso y la identidad del asesino.

Se trata de gente que sufre una necrofágica ansia de hablar. Es una manía vieja: siempre ha habido adivinos y predicadores de mercados y bares, individuos que gritan al que tienen más cerca, para que todos oigan sus teorías sobre el último crimen. Son auténticos cazadores de oídos y ojos. Incluso una industria literaria nació de esta charlatanería: la curiosidad chismosa sobre el mal es el origen de la novela por entregas y el relato de misterio. Juana Viúdez y Pablo Ordaz recogen en su crónica la aparición en Coín de uno de estos necrófagos: una llorosa mujer de blanco se lanzaba a las cámaras de televisión que seguían el levantamiento del cadáver. "Yo estuve ayer con ella, yo estuve ayer con ella", repetía la mujer. Era mentira.

¿Qué quería la mujer de blanco? Creo que buscaba trabajo en televisión. El televisor ha sustituido en casi todas las salas de estar al Sagrado Corazón de Jesús. No ofrece la verdad y la vida, pero sí la muerte y el escándalo. Estoy pensando en esos programas que viven de la exageración del sentimentalismo desaforado como medio de conmover al público cada día más inconmovible. Son programas que presentan tratos y peleas sentimentales, tramas de amores insatisfechos, torturas entre miembros de una misma familia, fugaces desembarcos en aeropuertos y persistentes traiciones.

El delito ha sido siempre un buen tema, el crimen es un tema excelente. Los personajes de este mundo televisivo se identifican y existen por su nexo con otros personajes del mismo mundo: son hijos, padres, hermanos, hijastros, criados o señores, novios, cónyuges, amantes, víctimas o verdugos de alguien. La mujer de blanco buscaba un nexo que la introdujera como personaje en el mundo de la televisión sensacionalista. Se había inventado un papel: sería la amiga de la víctima de un crimen brutal, como otras son la antigua novia del novio de la mujer de un torero.

Estas historias son reales. Configuran un único espectáculo gigante que se extiende por todas la cadenas de televisión. Crean una realidad que nos saca un rato de nuestra realidad, como si su realidad fuera más potente: así perdemos el sentido de la realidad, o confundimos la realidad con el delirio. Y trivializan el mal doloroso.

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