La ciudad no es para mí
Pasar mucho tiempo en el campo tiene graves consecuencias. La primera de ellas, que se te hace el pie al zapato plano. Aquí te pones tacones una tarde para salir a pasear y te dejas el morro en el borde de una acequia. Che, che, que yo no digo que el campo sea malo, no se me vayan a enfadar los agricultores del Estado español. Yo no critico, constato. Ayer tarde mi chófer (santo) llevó a su negra (yo) a Madrid y la dejó abandonada como a una perra en agosto. Y de pronto esta perra se vio reflejada en el escaparate de la zapatería Charles Jourdan con esas chanclas que lleva todo el verano y ese 1,60 de estatura, y esta perra sufrió mucho. Pensé: "Con lo que yo he sido". Mientras, mi chófer se había ido a meter el coche a un garaje. Es incapaz de dejarlo en doble fila; mira que yo le digo: "Tú no lo entiendes porque eres de fuera, pero dejar el coche en doble fila en Madrid forma parte de nuestra identidad como el chotis o las gallinejas". Y luego el tío se fue a una librería a comprarse ¿Sobrevivirá la humanidad al siglo XXI?, porque luego me critica, pero él, tacita a tacita, se gasta un capital en caprichos. Ya te digo: ahí estaba yo reflejada en el escaparate de Jourdan y bastante deprimida por esa pinta antilibido que se me pone cuando paso un mes en el campo. Cuidado, que a mí el campo me encanta. Tú a mí me mandas una postal de un pueblo típico y me la pongo en el corcho. Pero de ahí a estar yo dentro de la postal hay un abismo. Me compré unos taconazos a fin de que me subiera la serotonina y, oyes, fue elevarme diez centímetros y mano de santo. Tiré las chanclas a un contenedor de vidrio y esperé a mi santo en la librería de El Corte Inglés, que es un sitio al que adoro entrar para poner mis libros en primera fila y esconder los libros de otras en lugares inaccesibles. Mi santo apareció y echamos a andar dispuestos a cenar en un sitio inolvidable. No por gusto, sino porque el asesor fiscal nos dice que en el campo no gastamos y eso nos perjudica en la declaración (otra pega del campo). Yo no invento, constato. Y en esto que de pronto va un mendigo de la calle Serrano, que es un tío de buena familia que decidió hacerse mendigo y mear en las esquinas, me abre la mano y me la llena de monedas. Yo pensé, coño, en el tiempo que he pasado en el campo, cómo ha cambiado la relación mendigo-transeúnte. Y el tío va y me dice, con una autoridad aplastante, que entre en el VIPS y que le compre el número 8 de los platos combinados, pero sin mayonesa, un paquete de galletas Príncipe y un tetrabrick de leche desnatada. Dicho esto me miró con unos ojos que casi me cago. Y en vez de soltarle las monedas y echar a correr, que hubiera sido lo suyo, ahí nos ves a los dos, achantaos, entrando como dos corderillos en el VIPS, pidiéndole ese número 8 (sin mayonesa) y comiéndonos nosotros un sándwich mientras esperábamos. Nos dijo el camarero: "Desde que no le dejamos entrar, todas las noches convence a alguien para que le compre la cena". A nosotros no nos ha convencido, le dijimos, nos ha acojonao. Y ahí estábamos los dos en la barra, comiéndonos un sándwich Fundy O'clock, recién llegados del pueblo. Él con su libro, yo con mis tacones. Como un remake de La ciudad no es para mí.
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