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Reportaje:VIVIR MEJOR

Ponga una pizca de Oriente en su vida

El yoga y las técnicas milenarias orientales triunfan entre los insomnes, caóticos y estresados

El pulgar se acerca al índice y cierra un círculo, mientras las palmas miran al cielo y los párpados permanecen unidos. Más allá de lo agradable del contacto, el gesto (chin mudra, en sánscrito) significa que el alma de una persona (se supone que el índice) entra en contacto con el alma del colectiva del universo (se supone que el dedo gordo). El aire, que sólo entra y sale de los pulmones por los orificios de la nariz, juega, según le ordene el cerebro, a recorrer la espalda, a hinchar el abdomen o a ventilar los pensamientos. Los pensamientos, como las nubes, que pasen.

Una nube se detiene entre ceja y ceja: "Me costó acostumbrarme a caminar descalza por el suelo mojado, y también aprender a comer con las manos. Pero siempre me había sentido atraída por ese país y supe que la experiencia transformaría mi vida". Noemí Ranz, una osteópata catalana formada en Londres que combina su trabajo con las clases de yoga, se ha llevado a su hogar un pedazo de la India, donde ha pasado largos periodos "en busca de calidad humana". Su hogar, por el que pasea sin zapatos ni maquillaje, tiene un aspecto tan acogedor como inestable. Es acogedor el patio, un vergel de plantas y flores, cruzado por una hamaca. Es inestable la estancia del piso con mayor vocación de salón, completamente desnuda. Su única decoración, en el centro, es una manta. Un puñado de velas, apagadas, parecen dispuestas a reemplazar con olores los muebles que faltan. "A quien me llama zumbada, le contesto que lo está quien se pasa seis horas diarias enganchado al televisor. O quien desperdicia su vida matándose a trabajar en algo que no le gusta. Veo a muchos insatisfechos a mi alrededor. Yo necesito poco y me siento bien", dice mientras masajea un cristal llamado ojo de gato.

Aunque la propuesta de Noemí vaya mucho más allá, tan allá como para cambiar de autobiografía -pasar de vivir "hacia dentro", dice, a "hacia fuera"-, otras miles de apretujadas, nerviosas y aturdidas vidas de Occidente rozan el intento acercándose con curiosidad a lo exótico.

Confusamente identificado con Oriente, lo exótico explosiona también en Barcelona hecho olores, colores, prácticas varias de relajación y otros envoltorios. Velas (ah, el efecto purificador del fuego), lámparas de sal (atraen los iones negativos), esencias, inciensos del Nepal para combatir el estrés y la tensión, té con cualidades medicinales, fuentes de piedra y agua, grandes almohadones enfundados en telas indias y recopilaciones de cantos mantras, mezclados con la tan a la moda música chill-out, entre toma y toma de mezclas de elixires florales arrasan. Lo exótico se esparce en las decenas de tiendas y de pequeños centros que proliferan como champiñones por la ciudad y que se esfuerzan por recrear el muy oriental y pacífico ambiente que debe rodear la promesa de moda: el bienestar.

"Vienen mujeres y hombres. Quizá, más mujeres. De todo tipo. Solas y acompañadas. Jóvenes y maduras. Algunas son auténticas expertas en aromaterapia y saben muy bien lo que buscan. Otras piden consejo", explica Susana, tras el mostrador de un particular supermercado de la calle de Urgell llamado Divino Sabat. Al empezar a trabajar en esta tienda gobernada por el incienso y sus matizados olores, descubrió todo un mundo. En los minúsculos frascos de esencias están algunas de sus claves. El romero da energía y limpia lo que llaman negatividades. La canela se asocia al dinero. La lavanda es útil para la ansiedad. El jazmín evoca el amor. La menta activa el intelecto. La rosa se relaciona con la purificación espiritual o, según algunos, ayuda a combatir la frigidez. Junto a los frascos, un enorme recipiente de cañas de bambú, de presuntos efectos benéficos. Según la milenaria técnica china del Feng Shui (prosperidad), que empieza también ya a encontrar su público en España, la adecuada disposición de los bambúes, así como de los muebles y objetos de una casa, contribuye a la armonía del hogar, la salud y las relaciones.

"Aunque algunos llevan su necesidad de bienestar al límite de lo esotérico, no se trata de creer en nada. La mayoría entra aquí y comenta: 'Llego agotado a casa. Preparo una cena agradable. Enciendo mis velas. Me embriago del olor que más me gusta. Escucho mi música relajante. Y si le doy a la danza del vientre, pues le doy. Y me siento como nuevo. ¿Por qué no? El mundo exterior es una locura y todo el mundo parece buscar algún tipo de paz", opina Lucía, que ha dado un toque seudooriental a su café y taller de teatro Cincómonos con la venta de este tipo de objetos.

Bajo la capa estética, que irrita a Noemí porque "todo eso de las velas y los inciensos se ha convertido en una prolongación de los impulsos del consumo", aumenta la oferta para aprender prácticas milenarias como el tai chi y, sobre todo, el yoga en su dimensión más física, la de las posturas o asanas y la de las técnicas de respiración o pranayamas. "Más que curar, previenen", explica la osteópata, que incluso ha abierto en la calle de Consell de Cent una clínica llamada Mukta ('liberación', en sánscrito). Por un millón de razones: la claridad de mente, la calma de los pensamientos en conflicto, la fortaleza y flexibilidad del cuerpo, la mejora de la circulación y de la digestión, la recuperación de la energía desde el agotamiento. Sus clases están abarrotadas. Noemí madruga. No come, puntualiza, "animales". Y no piensa en trapos ni en salir de copas. Pasa mucho tiempo practicando el yoga y la meditación, que perfecciona periódicamente en alguno de los numerosos centros especializados de Rishikesh. A veces, a Noemí le cuesta vivir en este mundo. Pero continúa soñando con montar su propio ashram en los Pirineos.

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