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Reportaje:MI RINCÓN FAVORITO

Un recoveco perfumado

Mi rincón favorito de Barcelona es una vergüenza pública. Es un espacio público de los más públicos de Barcelona. Es un urinario público. Lleno de público. Es un auténtico rincón: ángulo entrante que se forma entre dos paredes, residuo de algo que queda apartado de la vista, y creo de verdad que merece la pena conocerlo. Se trata del rincón conformado entre el ábside de la Capella dels Àngels y el muro del antiguo Convent, donde ahora está el FAD. Justo enfrente del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba). No llega a cuatro o cinco metros cuadrados y tiene una altura de unos 15; es, por tanto, un auténtico cul de sac, un recoveco a donde sólo llega lo siguiente: la lluvia -sólo si cae muy recta- y los meados. Lo primero cada mes según la pluviometría caprichosa de la ciudad, lo segundo cada noche varias veces. El riego mingitorio es cortesía de todo tipo de viandantes -preferentemente varones-, el orín es multiétnico y globalizado, tan pronto de los habituales moros o hindúes de la plaza como de ilustres turistas que se hospedan en el hotel Juan Carlos I. También de muchos modernos que pululan entre los equipamientos culturales de la zona y que disimulando evacuan en la calle. Los preciosos contrafuertes que van rodeando el ábside son perfectos parapetos visuales para hacer de todo.

Lo que quiero hacer notar es que quien orina en tales piedras está cometiendo un atraco al patrimonio artístico. Tengamos en cuenta que estas piedras son uno de los pocos vestigios de la escasa arquitectura renacentista que queda en la ciudad. En 1497, el Consell de la Ciutat cedió la Capella de Santa Maria dels Àngels a las monjas dominicas y Bertomeu Roig acabó el conjunto en 1566. Y no es justo que esas piedras, nacidas para dar sustento a las almas y a los cuerpos de los más desvalidos, que han sobrevivido medio milenio, se vayan corroyendo ahora por usos indignos. De eso tiene la culpa la democracia, por haber destapado el rincón, porque esta iglesia y este convento estaban tan ricamente protegidos de los vándalos peatones desde 1924, cuando se convirtió en un enorme almacén de hierros de Mateu (el que ayudó a Franco a ganar la Guerra Civil). Pero el nuevo Ayuntamiento democrático, en 1978, se empeñó en comprar el edificio y abrirlo al público. Tardó un pelín, y en 1998 tras un excelente y mimoso proyecto (aún inconcluso) de Lluís Clotet e Ignacio Paricio devolvió sus dignos alzados a la vista y visita pública. Y ahí quedó un diminuto escondrijo, singular y picarón.

Pero no sólo micciones se acumulan aquí, también resulta un perfecto habitáculo para defecaciones, regurgitaciones, vómitos y esputos. Y por supuesto para esnifadas, mails, picotazos, cambalaches y trapicheos; y aún hay quien lo usa para morreos y tocamientos. Incluso fue escenario de un intento de violación no hace mucho. Parece mentira un espacio tan diminuto el juego que da. Polivalencia urbana.

El sitio es una vergüenza, y elegirlo como rincón favorito para un peruódico también lo es, pero por mucho que pensaba en otros emplazamientos más idílicos, siempre me venia in mente, cual imán, el fragor especial de este lugar. Tampoco pretendo que se tapie ni que se limpie, eso ya se ha pedido en diversas ocasiones sin éxito. Por el contrario, pido desde aquí que venga a conocerlo el mayor número de gente posible, ciudadanos del barrio o turistas, a fin de que, siendo abundantemente visitado, esté al menos siempre visualmente ocupado, y por tanto se disuada al personal de su uso vejatorio perfumante.

Convirtamos pues este rincón en espacio "con encanto" en la ruta del Raval y así contribuiremos a detener el deterioro de los longevos sillares graníticos. Es cierto que tenemos que humanizar la arquitectura y que preferimos las personas a las piedras, pero tanta humanidad acabará erosionando el patrimonio. Venga a mi rincón por favor, su visita será el mejor desodorante y salvaguarda del lugar.

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