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PERSONAJES DEL SIGLO XX | Violeta Parra | PERFILES

¡Canta fuerte, mierda!

Dieciocho años tenía Violeta Parra cuando recorrió las aldeas polvorientas del Chile profundo a bordo de un circo trashumante. Ella y su hermano Lalo entretenían al público rasgueando cuecas en la guitarra. Una noche, en Curacaví, exhausto y mal alimentado, Lalo apenas modula las palabras. Violeta trata de animarlo con la mirada y, al no conseguirlo, pierde la paciencia, le da un puntapié y le dice:

-¡Canta fuerte, mierda!

Los campesinos cobrizos y tristes acogen la frase con un aplauso y terminan coreándola entre risas.

"¡Canta fuerte, mierda!" resultó ser más que una expresión para sacudir a Lalo. Fue el principio vital que estimuló a Violeta Parra desde que nació, armada ya con dos significativos dientes, en San Carlos, sur de Chile, el 5 de octubre de 1917.

"Podía ser maternal, cariñosa y divertida, y de un momento a otro podía volverse exigente y dominante a grados insoportables"
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Los hijos de doña Clarisa -que cosía en una Singer remendada con alambres- y don Nicanor -un maestro que rara vez hallaba empleo, pero vinacho siempre- fueron muchos y muy pobres. Rebuscaban monedas robando flores en el cementerio, ayudando en labores domésticas en el vecindario o vendiendo empanadas. Jugaban en los basurales y eran víctimas propicias de toda epidemia, como la de viruela que marcó la cara de Violeta. "Fue muy perra la infancia de nosotros", recuerda Roberto.

Hasta que descubrieron la música, escondida en una vieja guitarra de familia. La música los sedujo primero, los secuestró después y terminó por redimirlos.

Por ella Violeta y su hermana Hilda viajaron a Santiago en 1933 e iniciaron una vida modesta de artistas de barriada. Nicanor, hermano mayor, poeta y maestro, les pagaba la posada. Y como no hay nadie más solidario que un pobre, pronto eran cuatro los hermanos hacinados en una habitación. Allí casó por primera vez Violeta con un obrero ferroviario. Allí tuvo a sus hijos Isabel y Ángel, que luego formaron un famoso dúo. Allí se interesó por la política.

El Frente Popular socialista caminaba con pasos de animal grande y los Parra se sumaron entusiastas a la campaña. La izquierda cantó fuerte, mierda, y ganó las elecciones en 1945, pero perdió el poder porque Gabriel González Videla, elegido con sus votos, se entregó a la derecha.

Para entonces Violeta recogía en campos y salitres el folclor chileno, del cual se nutre buena parte de su obra. Ya era personaje de radio en 1955, cuando recibió una invitación para acudir al Festival de la Juventud en Polonia.

Así comienza su etapa europea, que incluye un novio español, una temporada artística en París y el mito del inmigrante suramericano en la Europa acogedora. Se presenta en la boîte L'Escale y en otros subterráneos parisienses que mezclan a exiliados nostálgicos y a europeos con alma de poncho. Canta fuerte, y exige silencio al público. Son los tiempos legendarios de los exiliados españoles; de un Gabriel García Márquez que espera en su chambre de bonne el giro que nunca llega; un Mario Vargas Llosa reportero de agencia; un Julio Cortázar que escribe Rayuela en los bistrós de Saint Michel. América Latina limita al oriente con el Barrio Latino y cocina la revolución en la librería Maspero.

Pasado año y medio, Violeta vuelve a Santiago acosada por las nostalgias y atiborrada de proyectos. No más llegar conoce a Gilbert Favré, un suizo 18 años más joven, que vive con ella entre 1960 y 1965, la rejuvenece (Volver a los diecisiete) y al final se marcha solo a Bolivia, donde llega a ser quenista del conjunto Los Jairas. El Gringo fue luz de las más grandes alegrías de Violeta, como la inauguración de una gran carpa artística popular en el parque La Quintrala en 1965, y fantasma de sus mayores penas, como cuando se tajó las venas en 1966. Alguien la llevó a tiempo al hospital y ella se levantó y compuso entre vendajes Gracias a la vida.

La década de los sesenta sacudió la música y la política en América Latina. Surgió un poderoso movimiento folclórico que ilusamente pretendía ser también anuncio de tiempos más justos. Florecieron las peñas de aires típicos, los sones a la revolución cubana, los cantores del pueblo como Víctor Jara, los grupos que interpretaban nuevas versiones de La tortilla republicana con zampoña y charango.

Los Parra, madre e hijos, agitaron tanta frescura y tanta cueca. "Me gustan los estudiantes", proclamaba Violeta, "porque son la levadura / del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura". Salvador Allende prometía un socialismo con vino y empanada. La peñas le hacían eco. Flotaban aires de cambio y renovación.

Violeta se consagró a grabar discos, tejer artesanías, fungir de alfarera. Quería estar en contacto con el pueblo-pueblo. Denunció a oligarcas que prometían mejores tiempos y a curas que prometían mejores mundos: "Porque los pobres no tienen adónde volver la vista, / la vuelven hacia los cielos / con la esperanza infinita".

Ignoraban que el bullicio y la alegría de esos años no eran presagio de una nueva sociedad, sino de un sórdido terremoto.

La vida de Violeta anticipó, a modo de parábola personal, lo que estaba a punto de suceder en el continente. El 5 de febrero de 1967, deprimida y sola, se encierra en su carpa y, al filo de las seis de la tarde, se dispara un tiro en la sien. Tenía 49 años. Al día siguiente, más de 10.000 chilenos desfilan en su entierro llorando y cantando fuerte.

La gloria de Violeta ha volado tras de su muerte mucho más de lo que voló en vida su fama, pero su retrato permanece inconcluso.

¿Quién era, pues, Violeta Parra? Que lo diga el coro.

Un editor argentino que compartió con ella muchas tardes de vino afirma: "Generosísima. Malgeniada y arbitraria, excepto con los amigos". El chileno Alfonso Alcalde, antologista de sus canciones: "Era pura dignidad: no dejó que nadie le pusiera el pie encima". Amigos guasones que conocían su temperamento la apodaban Violenta Parra. "Era medio ronquita", recuerda don Lautaro, propietario de la taberna El Popular, donde cantó recién llegada del campo. Un músico valenciano que la conoció en L'Escale: "Genial, pequeñita, enamoradiza, poco agraciada". Ella misma tenía pobre concepto de su aspecto físico: "Soy la mujer más fea del planeta", escribió una vez. Y solitaria: "Toda mi vida fui muy sola; por eso me he metido en tanto camino oscuro". La define el folclorista Payo Grondona: "Muy simpática, exigente en su oficio, mandona, matriarcal, empeñosa, tribal, arriesgada". Y Fernando Sáez, su mejor biógrafo: "Tendencia a deprimirse, tremenda humildad en la consagración; podía ser maternal, cariñosa y divertida, y de un momento a otro podía volverse exigente y dominante a grados insoportables".

El escritor peruano José María Arguedas declara que era "lo más chileno de lo chileno, y lo más universal de Chile". Y Pablo Neruda: "Santa Violeta, tú te convertiste en guitarra con hojas que relucen al brillo de la luna... en pueblo verdadero, en paloma del campo, en alcancía". La defiende Nicanor Parra, su hermano, que escribe poesía con una sonrisa: "Se te acusa de esto y de lo otro. / Yo te conozco y te digo quién eres, / ¡oh corderillo disfrazado de lobo!".

A Violeta Parra hay que mirarla desde la galería, sentados entre el público, hombro a hombro con un campesino viejo, un estudiante joven, una baronesa europea, un minero de pellejo oscuro. Hay que oír el rumor que la juzga y la aplaude, pues su vida transcurrió a la vista de la gente, con una guitarra en el regazo. Cantó en casas, calles, tabernas, campos de labranza, teatros, circos, cabarés, clubes sociales (una sola vez, a decir verdad, y propinó zapatazos al gerente cuando pretendió que almorzara en la cocina), plazas, barcos, trenes, estudios, aulas, estadios... Cantó desde que era niña; cantó con nueve de sus 11 hermanos; cantó en una docena de países y un centenar de villas desterradas; cantó para protestar, para recordar, para enamorar, para olvidar, para sonreír, para llorar. Cantó para armar el lío y para apaciguarlo; cantó a la vida para agradecerle, y cantó porque sentía rondar la muerte. Y 36 años después de aquel disparo sigue cantando en la voz de artistas internacionales: Mercedes Sosa, Joan Báez, Joan Manuel Serrat...

"¡Canta fuerte, mierda!".

Canción social

Violeta Parra, cantante y compositora (San Carlos Ñuble, 1917- Santiago de Chile, 1967). Compone su primera canción a los 12 años. Gran conocedora de la música popular chilena, que investigó desde 1952, es la iniciadora de la canción social, que dio a conocer por todo el mundo en largas giras desde 1954. Fue una de las inspiradoras de la canción protesta en español. Se suicidó el 5 de febrero de 1967.

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