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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irak, a peor

EE UU no pensó nunca que ocupar militarmente un país semidesértico de casi las dimensiones españolas, rompecabezas tribal y religioso de 25 millones de habitantes y cultura radicalmente ajena fuese fácil. Pero la catarata de desafíos cotidianos a que Washington se enfrenta en Irak comienza a exceder los peores escenarios. La situación se encabrita con nuevos incidentes violentos, escaramuzas o muertes en aluvión, y se complica suplementariamente con una proliferación de sabotajes petrolíferos que hipotecan decisivamente la eventual recuperación económica del país árabe. El oleoducto que transporta crudo a los puertos turcos del Mediterráneo ha sido incendiado dos veces en 48 horas y quizá se tarde semanas en repararlo. Irak, con las segundas reservas de petróleo conocidas, lejos de recuperar su capacidad exportadora previa a la guerra, sigue importando crudo para satisfacer malamente la demanda interna. Los sabotajes, también en Bagdad, donde una parte de la ciudad está sin agua con temperaturas de 50 grados, ponen de relieve una resistencia cada vez más pugnaz y ubicua.

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Hace casi cuatro meses que Bush dio por terminada la guerra y la tecnología más avanzada del mundo no ha recuperado en Irak los servicios públicos elementales. Las bajas de soldados continúan -incluso de soldados no estadounidenses-, los ataques letales se prodigan y los periodistas siguen cayendo. Son ya 18 desde la invasión en marzo y el último es un cámara palestino tiroteado desde un tanque cuando filmaba las consecuencias de un ataque contra una cárcel de Bagdad. La explicación militar es bochornosamente parecida a la del hotel Palestina, donde murió el español José Couso.

El resultado de la ocupación angloestadounidense es difícil de defender. Incluso en EE UU -pese a que se ha hecho por ahora a costa de muy pocas vidas- comienzan a surgir voces relevantes pidiendo una salida digna y acelerada del carísimo laberinto. Ni hay allí atisbo de paz ni embrión aceptable de un poder político autóctono medianamente eficaz; el Consejo interino es una criatura compuesta mayoritariamente de exilados donde Washington ha repartido con criterio sociológico tribus y credos. Y Bush mantiene en niveles simbólicos el papel de la ONU en la regeneración del país.

La aventura a la que la Casa Blanca ha ido obcecadamente sola se está revelando indigerible. Irak requiere ser repensado urgentemente antes de que se convierta en una trampa inmanejable que vuelva a hacer del antiguo feudo de Sadam Husein un foco de inestabilidad no sólo regional.

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