La Paloma
Por ser la Virgen de la Paloma, en la castiza corrala ornada de cadenetas, donde se venden horchatas, limonadas y sangrías, rosquillas tontas y listas, pipas, chicles y buñuelos, garrapiñadas, piñones, dulce algodón de La Habana, porritas en erección y churritos enroscados, las esbeltas carnes mozas, ceñidas y cinceladas en mantones de Manila, y los pollos de botines y ajustados pantalones trenzan bailes de organillo acompañados de palmas y jaculatorias hondas, como es propio de quien tiene sangre española en las venas y le gusta que se inflame en honesta proporción cuando es tiempo de jarana.
Sirve de pista de baile un tablado de madera que rinde honor a las musas griegas, romanas o etruscas -ni lo sé ni me interesa ni quiero buscarme líos y forzar la controversia si el personal no domina tan intrincada materia-. Y todo hubiera acabado en paz y gracia de Dios de no asomar sus contornos grotescos y deformantes -como ocurre al que desfila por el callejón del Gato- el boticario Hilarión con la Susana y la Casta, chulapas morena y rubia del barrio de la Paloma, y su tía Antonia Cuervo, momia avinagrada y ronca. Cuatro títeres de feria que constituyen un grupo más redicho y postinero que las gratas atracciones de esta verbena ejemplar.
Son los mismos personajes del sainete concebido por Ricardo de la Vega con música de Bretón -representado a porrillo desde su estreno en Apolo-. Pero no se trata aquí de repetir la comedia de los celos dislocados del tipógrafo Julián, que enmudecido se esfuma de esta parodia sin guasa con mohín de sabihondo, sino de contar la historia, en muchos puntos morbosa e inadecuada a menores, de su convecino Cancio, a quien por nombre de pila impusieron Homobono unos padres sin vergüenza, pues sólo por ese detalle que tuvieron con el hijo -y nadie opina distinto aquí, ni en el otro barrio- merecen ir al infierno tras pasar por el garrote. El tal Homobono Cancio, joven de pocos estudios, de luces muy apagadas y de rentas invisibles -mas no por burlar a Hacienda, sino porque está a dos velas-, no hubiera alcanzado fama ni salido en los papeles -hundido en su sotabanco de la calle del Amparo- si el boticario Hilarión no lo saca a colación esta noche de verbena. Pero, como ya es costumbre en el programa de fiestas, al cesar el bailoteo para empezar el concurso de recitados y chistes -incluyendo imitaciones del periodista García-, don Hilarión y su corte acceden a la tarima dispuestos a armar el taco y llevarse unos billetes con la representación del sainete escatológico que a ritmo de chotis cantan.
Oigamos, pues, a Hilarión iniciar el cronicón: "Apoteosis", exclama, "apoteosis, Homobono va a operarse de fimosis"."¿De fimosis?", cantan ellas. "De fimosis", dice él. "Y lo teme más que una tuberculosis pues no quiere someterse a la anquilosis de la parte que es opuesta al sacro coxis". Abanicándose el moño de sofocada que está con la descripción científica, la señá Antonia blasfema como un arriero mientras sus sobrinas brindan al público desprendimientos de cadera.
Y don Hilarión continúa: "El asustado Homobono intercedía al doctor: por favor, imagine algo mejor que a mis partes yo las tengo gran fervor". E Hilarión añade cambiando de tono: "Mas la novia que sufría de neurosis desde que él era remiso con la dosis" -"¡ay, la dosis!, ¡ay, la dosis!", corean Casta y Susana- "le exigía la cruel metamorfosis razonando: ay, mi amor, saldrás del hospital hecho un primor sin tener que usar consolador". Y una vindicativa del auditorio corrobora: "Sí, señor".
"Esa novia cargada de razones, para hacer de Homobono hombre cabal", prosigue don Hilarión, "planteaba abusivas condiciones, siguiendo esta línea argumental" -y aquí el énfasis del narrador se encrespa-: "Homobono, Homobono, si te operas, te perdono lo que me hiciste pasar; mas si tratas de escapar, por mis muertos te abandono, mira que ya no razono, después de tanto esperar".
"Homobono practicóse la anquilosis", anuncia don Hilarión al espectador expectante. Y en la estratégica pausa que perpetra, sazona la sorpresa: "Y a la novia se la llevó una trombosis por no estar habituada a la apoteosis". Se contorsionan las ninfas, la tía Antonia se desmembra y don Hilarión apostilla: "Aproveche el respetable la lección que se ofrece en la siguiente conclusión: quien aguarda tanto tiempo la ocasión, no resiste, cuando llega, la emoción".
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