En la playa zen
El pasaje tiene nombre, Boquete de Calahonda, y desciende hasta una playa de 50 o 70 metros de larga por unos veinte de ancha hasta la zona de las tumbonas, cuarenta tumbonas y veinte parasoles en cuatro filas aisladas por una valla de cañas. No es una playa desierta esta Calahonda (hay otra Calahonda al oeste de la misma Málaga, y un pueblo llamado Calahonda al suroeste de Granada, entre el cabo Sacratif y Castell de Ferro): la playa de Calahonda de Nerja es pletórica, festiva, justo en el flanco este del Balcón de Europa. Además de las tumbonas de pago, todas alquiladas ahora mismo, a la una de la tarde de un domingo de agosto, he contado treinta y tres sombrillas de particulares abiertas como jaulas sin barrotes, y veintiséis bañistas que se las arreglan con simples toallas extendidas en la arena, que aquí tiene un color más bien gris, como de cigarrón.
El arte de playear se parece a la pesca, pero sin esperar presa ninguna
Entre los peñascos, al pie del Balcón de Europa, debe de existir todavía la salida del pasadizo que viene del altar de la iglesia del Salvador. Uno imagina asaltos de filibusteros o algún motín civil, gente que huye con candiles por el túnel que une la iglesia y la playa. Pero ahora mismo los movimientos son mínimos, y la playa se convierte, llena, en uno de los pocos lugares silenciosos que existen en el mundo, con restaurante más allá de las tumbonas, El Papagayo. Es mínimo el ruido, y los gestos son mínimos, rituales: quitarse o ponerse la ropa, abrir y cerrar sombrillas, desenrollar o enrollar esteras sobre las que echarse a tomar el sol, suaves pelotazos casi insonoros de un par de tenistas sin red, pocas palabras. Las voces se las traga el ir y venir del mar como el exceso de luz anula todos los colores.
Esta playa está protegida por signos sagrados que significan permanencia: las últimas barcas de los pescadores de Nerja, jábegas cubiertas por lonas y alfombras viejísimas, con el nombre en el casco, Luci, o Francisco, ¿quiénes fueron o son? La más nueva, de procesión o concurso, Nuestra Señora del Carmen, ha sido recién pintada de blanco y azul Portugal, exactamente lo mismo que, a su lado, el cobertizo para útiles de pesca, de tablas y techo de tejas, o como la cueva habitada y encalada ante la que, bajo la parra, se sientan y hablan dos mujeres perfectamente vestidas, de otro mundo, el mundo de los viejos pescadores. Espantan la mala fortuna el color azul y la Virgen y el Niño en la popa de la barca pintados junto a un ojo que es un pez que es un ojo.
Y es buena fortuna estar aquí, en el agua o tumbados. Sólo veo tres libros entre tanta gente en reposo, dos en inglés y uno en español, y sólo oigo tres idiomas, español, italiano e inglés. Radios y magnetófonos transistorizados y atronadores de otro tiempo han sido sustituidos por el teléfono móvil, que es un adminículo más individual, es decir, menos peligroso en principio. Oigo conversaciones solitarias, con el móvil, o entre dos o tres personas a lo sumo, porque las grandes familias parecen preferir por estos parajes la playa de Burriana. Calahonda tiende a ser un asunto personal, místico: desnudarse, tenderse, vaciar la conciencia de todo pensamiento personal. El arte de playear se parece a la pesca, pero sin esperar presa ninguna.
No es un feroz aburrimiento la playa: es una experiencia zen. Tomar el sol es una disciplina monástica: llegar a ser uno con el mundo, sin movimiento, si no es ponerse boca arriba o boca abajo, como el santo de estos días, el mártir San Lorenzo, que, asado por un lado en la parrilla donde lo quemaban vivo, pidió a sus verdugos que le dieran la vuelta. Aquí hay parasoles y puede uno remojarse, y creo innecesaria la alternativa que ofrece un posible turista de la zona, Boris Johnson, en el Spectator de esta semana: "En el Mediterráneo mi idea de la felicidad es beber una buena cantidad de vino, y nadar y nadar hasta que la playa, la gente y las sombrillas se desvanecen".
¿Para qué? Hay vino en esta playa zen, pero sobre todo hay pasividad reflexiva en la arena o en el agua, como si negáramos el tiempo negando el movimiento, integrados sin movernos en el viaje cósmico, activos en la inacción absoluta, anónimos y desnudos, recordando las palabras de Zhuang-Zi: "El hombre perfecto no tiene yo, el hombre inspirado no tiene obras". O fabulando con los ojos cerrados: estoy recorriendo el pasadizo que parte del altar de la iglesia, voy a salir a una playa en tinieblas de hace doscientos años. Un barco espera para que emprendamos la huida.
, 1953) recibió el Premio de la Crítica en 1987 por el poemario Un aviador prevé su muerte. Su última novela es F. (Editorial Anagrama)
Justo Navarro (Granada
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