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Tinto de verano | GENTE
Columna
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El toque

Elvira Lindo

A veces los hijos nos llaman. Para que les recarguemos el móvil. Y dicho esto cuelgan. Y entonces nosotros, angustiados con la perspectiva de que nuestros hijos anden por el mundo sin saldo, nos calzamos prestos nuestras bermudas de jodíos veraneantes y perdemos el culo por ir al cajero a recargarles el saldo a nuestros pequeños. Una vez que se lo hemos recargado nos quedamos en la calle esperando sus llamadas. No somos los únicos. Si ustedes se fijan, hay mucha gente en la actualidad que va andando y mirando su móvil con cara de preocupación. Son padres que acaban de recargar el móvil a sus hijos y están esperando a que den señales de vida. Hay veces que nuestros hijos, a pesar de tener el saldo a rebosar, tardan mucho en llamarnos y nos quedamos esperando en la puerta del cajero y el sol nos da en toda la nuca porque estamos con la cabeza baja mirando la pantallita del móvil y entonces mi santo dice después de una hora, cariño, volvamos a casa. Y aunque aparentemente vamos escuchando en la radio del coche el emotivo discurso de investidura de Yagüe, la alcaldesa peliteñida, y hacemos como que seguimos con sumo interés la trama de las fotocopias, y aunque nos enzarzamos de pronto en una discusión sobre la actual falta de monos en la experimentación científica, que mi santo dice que antes serán las personas que los monos y yo le digo que ésa es la clásica arrogancia humana y él me dice que yo soy una de esas fanáticas que a él personalmente le dan miedo y que, si se diera el caso, un suponer hipotético, de que yo tuviera que elegir entre cederlo a él o a Chiquitín a la Ciencia, está seguro de que yo le cedería a él. Y yo me bajo del coche dando un portazo de los míos. Y al abrir la puerta de la Casa Zanahoria me recibe con alharacas Chiquitín y aunque creo que constituiría todo un reto para la ciencia indagar cómo un cuerpo tan pequeño puede albergar tanta inteligencia y bondad, me digo a mí misma antes cedería a mi santo, a ver si abriéndole el cerebro como una sandía descubren por qué cada vez que los niños, a pesar de tener el saldo a rebosar, no llaman, la paga conmigo. Él se mete a su despacho a agrandar su obra y yo al mío a escribir este artículo, los dos tenemos el pensamiento en esos hijos que trajimos al mundo y que no nos hacen ni puto caso, permítaseme la ruda expresión. Y de repente suena la Danza Húngara de mi kit Manos Libres y echamos a correr como posesos tropezando el uno contra el otro en el pasillo hasta alcanzar el kit y colocarnos cada uno con un auricular, las cabezas muy juntas y una sonrisa en los labios. Parece que vamos a interpretar una de las canciones de la ONCE. Es uno de los niños. Nos está reprochando que siempre le hacemos lo mismo, que nos damos tanta prisa en responder que le gastamos el saldo, que nos tiene dicho que no contestemos y luego le llamemos. Nos dice que no hemos entendido bien el concepto "toque". Es verdad, no entendemos el concepto "toque". Tampoco entendemos en quién coño se gastan estos tíos el saldo. Pero lo que es difícil de entender es que sigamos dócilmente sus instrucciones. A no ser que en un futuro donemos nuestros cerebros a la Ciencia, nos los abran como una sandía y descubran el enigma: éramos gilipollas.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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