Después de Segarra
Hablar de La Vall d'Uixó y pensar en Segarra, el poderoso industrial zapatero, es casi inevitable. Al fin y al cabo el hombre que le vendió las botas militares a Franco coronó el imaginario y constituyó la intrahistoria de esta populosa población de la Plana Baixa durante muchas décadas, y hasta hace muy poco su herencia -Imepiel- aún envenenaba la praxis política local.
Hoy Segarra es un capítulo espeso del pasado y sin embargo aquí están sus huellas, tan características de La Vall: la oronda majestad funcional de las antiguas naves de la empresa, por un lado -en parte revendidas a trozos tras la crisis-, o bien la coqueta Colonia Segarra, el antiguo barrio erigido para los obreros por obra y gracia del gran mandamás, y que hoy constituye sin duda la barriada con más personalidad de todo el casco urbano.
"La coqueta Colonia Segarra es la barriada con más personalidad de La Vall d'Uixó"
"Como Sant Josep, su río subterráneo, hay un saber estar que es exclusivamente interior"
Y hay que insistir en el dato, porque precisamente Ésta es una ciudad de barrios abigarrados con nombres míticos -Texas, Carbonaire- que se adaptan a la volubilidad de la orografía para formar esa especie de herradura cerrada por montañas que es La Vall d'Uixó.
La Vall, en efecto, es una pequeña isla de interior rodeada de alturas excepto en su parte este, situada a 118 metros sobre el nivel del mar y a 8 quilómetros en línea recta del contacto salobre con éste. Sin duda es una población mediterránea, pero su vocación se reparte por igual entre mar y montaña y este dualismo lo volvemos a encontrar en otros rasgos característicamente valleros, como por ejemplo su doble vinculación a la cultura industrial y a la apoteosis hortofrutícola inequívocamente valenciana. Como para subrayar ese origen dual, los indígenas gustan de recordar en todo momento que la ciudad actual es el resultado de la unión de dos vetustas parroquias, la del Santo Ángel Custodio y la de Nuestra Señora de la Asunción. Ambos hitos espirituales arracimaron históricamente a las antiguas alquerías en dos núcleos o pueblos, el de Dalt y el de Baix, que aún hoy son referentes inexcusables en la geodesia popular.
Esta doble pertenencia, esta bipolaridad de origen, ha convertido a los valleros en unos sujetos perfectamente preparados para la esquizofrenia moderna, al reunir al mismo tiempo la mentalidad de pueblo pequeño con la de ciudad media, o la cachaza austera del poblador de interior con la socarronería meliflua del ribereño.
No hemos de pensar, sin embargo, que esta confluencia de caracteres haya sido una excusa para arruinar el temperamento vallero. Éste es un pueblo combativo o eso es lo que proclama al menos su fama. Con la instauración de la democracia tuvo uno de los pocos alcaldes comunistas de la zona. El predominio de la izquierda sólo se vio alterado en parte precisamente a raíz de la crisis de Imepiel, pero tras un lapso de gobierno con mayoría absoluta del Partido Popular en las últimas elecciones Josep Tur -un profesor cruzado de poeta ocasional, que hace poco ha visto publicado su libro de versos Ofici d'any- ha devuelto el ayuntamiento al Partido Socialista, en coalición con Esquerra Unida.
Al fin y al cabo, el trato con Marx es aquí antiguo y reiterado y además en estas montañas de títulos rotundos y pairales -Font de Cabres, el Frontó, Puntal Redó, Colmo Rabassa, Penyalba, El Castell, Aiguamolls, Penya Garrut, Salt del Cavall, Cabell Negre, La Punta...- yacen semienterrados algunos de los últimos muertos de la Guerra Civil, o eso es al menos lo que afirma el historiador Ximo Aparici, que se las conoce palmo a palmo, cansado de hollarlas todo el tiempo.
Todo esto imprime carácter y el vallero quizá lo sabe, aunque se lo calla. Como Sant Josep, su río subterráneo -casi tres quilómetros navegables dentro de la pura roca-, el más largo de Europa, hay un saber estar que es exclusivamente interior. Un aliciente indudable capaz de fomentar toda clase de descubrimientos.
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